martes, 30 de abril de 2013

Blanco con marco negro




Blanco con marco negro : Si Sergio Ramos, en esos diez minutos de los que hablaremos los madridistas dentro de un tiempo, hubiera metido el tercer gol de cabeza, habríamos regresado de golpe al pasado. Eso era, en el fondo, lo que todos queríamos. Como el que se deshace de toda la tecnología para volver a la máquina de escribir en la que encuentra la verdadera inspiración. Sudor donde debería haber estadísticas. Codazos donde deberíamos ver desmarques. El futbol en los cojones, espeso y anárquico, una vez que el tiempo que transcurre lo va desterrando del cerebro y sus estrategias. Y vuelta al blanco y negro, a los bocadillos en el descanso, a las zonas de pie y al portero al que puedes pasarle un billete de cien pesetas para que tu nieto pueda ver el partido y recordar ese gesto ahora.

Habrá quien diga que lo aconsejable hubiera sido no dejarlo todo para el final y yo tengo que admitir que me habría gustado venir de Alemania con los deberes hechos, pero entonces el partido en el Bernabéu habría ofrecido otro tipo de fútbol. No es tan difícil de entender que no es el mismo fútbol el que se despliega cuando el tiempo te va arrinconando que cuando se dilata ante ti como un campo de primavera con los alemanes como inocentes abejorros que puedes quitarte de encima mientras lees tranquilamente a Virginia Woolf. Del fútbol estilo James Bond al de Bruce Willis. Del arma en el reloj al lanzador de misiles para derribar helicópteros. De Michael Bublé a Brian Johnson.

Como hincha, conviene adaptarse pronto a lo que hay enfrente y no perderse en el camino de las conjeturas. Si Xabi Alonso no hubiera cometido ese penalti en Alemania. Si Higuaín hubiera aprovechado esa primera oportunidad. Si Cristiano hubiera llegado en plena forma. Si Marcelo no estuviera lesionado. Esas habrían sido las cartas de otra partida y lo que hay hoy es distinto : un encuentro en el que vas calculando los minutos que tienes para meter tres goles mientas notas cómo, a pesar de tu empeño, el tiempo es un jugador de rugby que te va arrastrando metro tras metro.

Y cada vez queda menos tiempo, pero es eso precisamente lo que hace que el fútbol se comprima y que destile esa esencia picante y densa que se instala en el pecho junto a un corazón que sientes latir, probando su potencia como un coche en una larga recta. Esto es estar vivo y hay que disfrutarlo : cada segundo cuenta, cada pase tiene sentido. Se está dentro del partido como pocas veces sucede, ofreciéndote la oportunidad de formar parte de él. No hay que engañarse : esto no pasaría si tuviéramos la clasificación garantizada. Es así como llega el gol de Benzema y, poco después, el de Sergio Ramos. Y ya no es un simple recurso del periodismo deportivo decir que, en parte, esos goles también los has marcado tú.

Falta sólo el de Sergio Ramos cuando ya notas la pared contra la espalda. Sabes que tiene que llegar de él porque es el que se ha echado el pasado sobre los hombros. Tantos entrenadores, tantas teorías sobre lo que es la esencia y al final no hay que darle más vueltas : esto es el Madrid, estos dos, tres minutos, en los que crees que puedes lograr lo que no has hecho antes. No hay lamentos cuando el partido te ha llevado hasta este punto en el que has apostado todo el dinero que tienes a una última jugada, con el balón moviéndose como la bola en la ruleta.

Sergio Ramos salta para cabecear. Si el balón entra, se soltarán muchos mensajes que están esperando para salir de móviles afilados, muchas crónicas tendrán que reescribirse, muchos comentaristas releerán lo dicho para encontrar una puerta de salida. Eso me da igual. Si el balón entra se demostrará que se está por encima (o más bien, por debajo) de lo que suceda en despachos o redacciones. Que al final va a ser verdad lo de la camiseta.

Pero ese cabezazo sale desviado por muy poco. No es gol y los que los que pasan son los alemanes. A pesar de todo, estos diez minutos han valido la pena. Soy más madridista cuando vuelvo a casa (y al presente) en el metro que cuando venía. Y muchas de las camisetas que veo en el vagón seguro que están sudadas. Hay derrotas que arrastran jirones de victoria.

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