sábado, 12 de febrero de 2011

Recomendaciones para ser feliz (03)

Diez recomendaciones más para ser feliz. Hoy se trata de leer. No pongáis excusas, vagos.

1-Leer el “Hombre de los círculos azules”, de Fred Vargas

2-Leer “Huye rápido, vete lejos”, de Fred Vargas

3-Leer “Bajo los vientos de Neptuno”, de Fred Vargas

4-Leer “La tercera virgen”, de Fred Vargas

5-Leer “Un lugar incierto”, de Fred Vargas

6-Leer “Que se levanten los muertos”, de Fred Vargas

7-Leer “Más allá, a la derecha”, de Fred Vargas

8-Leer “Sin hogar ni lugar”, de Fred Vargas

9-Leer “Los que se van a morir, te saludan”, de Fred Vargas

10-Una vez leídos todos ellos (en cualquier orden, da igual), y pensando que falta mucho para seguir con la saga de Adamsberg, descubro una mañana un nuevo título : "El hombre del revés". ¿Una reedición? Miro la fecha de edición y descubro que, gracias sean dadas a Fred Vargas, se trata de un nuevo caso de Adamsberg (No en todos libros arriba mencionados aparece Adamsberg, pero no importa). Este es el resumen de los nueve puntos anteriores, que sé que eso de condensar nueve mandamientos en uno tiene bastante buen marketing : Seguir a Adamsberg, este comisario dedicado a dar paletadas a las nubes, es una buena forma de acceder a la felicidad por la entrada que ésta tiene reservada a los que se acercan a ella a través de la literatura.

“Había esclarecido ininterrumpidamente, durante los cinco años siguientes, cuatro asesinatos, de un modo que a sus colegas les había parecido alucinante, es decir injusto, provocador. “No pegas ni golpe, Adamsberg”, le decían. “Estás ahí, vagando, soñando, mirando a la pared, haces dibujitos deprisa y corriendo sobre las rodillas, como si poseyeras ciencia infusa y tuvieras la vida ante ti, y luego un día te presentas, lánguido y amable, y dices : “Hay que detener al cura, ha estrangulado al niño para que no hable”

“El hombre de los círculos azules” – Página 16

“Una mañana de febrero, Adamsberg y cuatro de sus hombres habían rodeado su casa en las afueras, su camino de grava, sus arriates impecables. Cuatro hombres aguerridos, cuatro policías curtidos en homicidas varones de gran calibre, pero cuatro hombres reducidos ese día a poca cosa, sudando de malestar. Cuando la feminidad enloquece, había pensado Adamsberg, se hunde el mundo. En el fondo, había confiado a Danglard mientras recorrían el caminito, los hombres sólo se permiten matarse unos a otros porque las mujeres no lo hacen. Pero cuando pasan la línea roja, el universo zozobra. Puede ser, había dicho Danglard, igual de incómodo que los demás

“La tercera Virgen” – Página 121

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