Cuando se publicó este libro, los periodistas se quedaron con la anécdota : la teoría de que, para ser bueno en algo, hay que dedicarle 10.000 horas. Por eso han tenido éxito los Beatles o Bill Gates. Y se quedaban tan tranquilos los periodistas.
Todavía los hay que siguen mordiendo ese titular y no lo sueltan. Cómo son.
Lo de las 10.000 horas no es lo fundamental de este libro. Es probable que los periodistas al hablar de él no quisieran entrar en el núcleo, que se resume en una frase con espinas : la historia de éxito individual no existe, depende del mundo en el que uno crezca.
-Un mundo con una cultura.
-Un mundo con unos padres.
-Un mundo con un entorno económico específico.
-Un mundo con su propia demografía.
-Un mundo con sus golpes de suerte.
-Un mundo su política educativa.
-Un mundo el que se respete más o menos a la autoridad.
-Un mundo descendiente o no de la tradición del cultivo del arroz.
-Un mundo en el que nacer en Enero o Febrero puede ser básico.
-Un mundo en el que se produzca una revolución tecnológica.
Puedes ser el tipo más inteligente del mundo, como Christophen Langan, y no destacar por no haber tenido a tu favor los suficientes puntos de la lista anterior. De hecho, puede bastar con que tus padres no te hayan enseñado a desarrollar una inteligencia práctica para que tu potencial se quede sólo en eso.
Pues vaya. No, no basta con cerrar los ojos y repetir “lo quiero, lo quiero, lo quiero, lo quiero”. No basta. Este no es lo que se dice un libro de autoayuda, así que no lo pongáis al lado de "El secreto" por si les da por revivir la historia de Caín y Abel cuando no miréis.
“Todos los fuera de serie que hemos visto hasta ahora son beneficiarios de alguna especie de oportunidad insólita. Las rachas de suerte no parecen ser excepcionales entre los millonarios del software, los ídolos del deporte y los conjuntos de rock. Parecen ser la norma” (Página 63).
Lo que quiere decir que uno puede llegar con las diez mil horas de fichas a la mesa del casino y salir con las manos vacías. Los diez puntos anteriores son relevantes. Puede fallar uno de ellos y no servir de nada el esfuerzo. Algunos se pueden controlar, como la forma que uno tenga de relacionarse con la autoridad, pero hay otros, como el año en el que se nace, que ya es una variable fija.
En España, por ejemplo, hay mucha diferencia entre haber nacido en 1976 o 1996. La respuesta políticamente correcta es que no la hay, porque todos somos hijos de la Constitución y una madre quiere a todos sus hijos por igual. Lo que es cierto, sí, pero en 1976 nacieron 314.830 más niños que en 1996. Cuando los de 1996 lleguen a la Universidad, tendrán que competir con 314.830 personas menos para conseguir un sitio, y lo mismo sucederá con el trabajo o una casa. Tomando como base, claro, un entorno económico similar, lo que tampoco va a ser el caso, pero eso ya es otro aspecto.
Así que lo que el bueno de Malcolm Gladwell viene a decir es que ni los ganadores tienen todo el mérito de su éxito ni los perdedores toda la culpa por su fracaso. No lo podemos controlar todo y eso es algo que a veces juega a nuestro favor y otras en contra.
La vida es así de perra, en resumen. "Al que tiene le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado" (Mateo,25,29). Para que luego digan que la Biblia no es divertida.
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