martes, 15 de marzo de 2011

"Una mujer de nada", de Leonor Paqué


En este libro aparecen personas que en la mano, en vez de un iPhone para consultar el Facebook, tienen una cebolla para comer. Este es el tono de una historia con menos acción que el parking del Carrefour cuando está cerrado. ¿Pero quién quiere acción?.

Igual tú, claro, pero entonces deberías levantarte y abandonar la sala. Por si todavía te lo piensas, te voy a recitar una lista de diez palabras : arcilla, porcelana, cabras, hambre, negro, deseo, frío, cuevas, guerra y soledad. .

-Me podría agarrar a eso del deseo.

Pues es ese tipo de deseo con grietas que apenas sirve para contener nada, como si antes de pensar en llenarlo ya intuyeras que el esfuerzo fuera inútil.

-Pues me marcho.

Muy bien. Ahora que estamos casi en intimidad, premio a los que siguen en sus sillas plegables con un párrafo del libro :

“Algunas tardes, con la fresca, María se sentaba en la puerta de la cueva y aprovechaba la última luz del día para coser prendas o remedar. Era la mejor hora, con el sol naranja-rosa escapándose tras las lomas dando a todo un tinte de fantasía. La gente salía a llenar las cántaras de agua para el servicio de la casa, a por la leche recién ordeñada de las cabras o a hablar simplemente con los vecinos que se encontraban a su paso. Ella podía divisar todo el pueblo desde su puerta y a sus niños jugando en la era con los demás” (Página 113).

María es la protagonista del libro y esta escena, tan tranquila, como de anuncio de quesos, es una excepción en una vida que parece plantada en tierra seca : ahí donde naces es donde te vas a morir, por más hijos que traigas al mundo, por más que te esfuerces por los tuyos, por más que trates de conservar la cabeza en un mundo en el que lo animal pesa más por culpa del hambre.

En el mundo de María, la gente come cebollas, se hace la ropa con sábanas viejas y vive en cuevas excavadas en la montaña, como metáfora de la imposibilidad de profundizar en sus propias vidas más allá de unos pocos metros. La vida de cada uno es sólo un trozo más al final de una cuerda familiar que se hunde en un pozo sin agua. Y, para que la fiesta sea completa, hay una guerra que se lo lleva casi todo y lo poco que se mantiene en pie acaba destruido por hombres y mujeres que parecen utilizar el sexo como una forma de venganza contra todo.

Así era este país para los pobres hace unos años. Y aún era peor si, además de pobre, eras ese tipo de mujer de nada a la que hace mención el título.

La historia de María, obligada a tirar de su familia, sin la ayuda de un marido con el que apenas puede contar, podría haberse convertido en un bloque de granito imposible de mover si Leonor Paqué no hubiera cuidado el tono, la escritura y sus tiros no se hubieran dirigido a las dos porterías : los hombres no salen bien parados, pero la mayoría de las mujeres tampoco.

Leonor guía la narración con pequeños toques, evitando que se salga de una senda estrecha y sinuosa con un barranco a cada lado : el melodrama a la derecha y el aburrimiento a la izquierda. Ella se limita a avanzar tranquilamente, tratando cada momento con cuidado, como si en esa atención y no en la explicación o la exaltación estuviera el valor de lo que quiere contar:

“Transcurrieron dos inviernos y comenzaba a reventar una primavera que se colaba por las rendijas de los suelos haciendo crecer la hierba” (Página 23).

Y como esa hierba es la escritura de Leonor, colándose por los bloques de la historia, haciendo que la figura de María se vaya definiendo poco a poco. Es una acumulación de escenas cortas que funciona como los cuadros en una exposición, cada una con un sentido propio que adquiere más valor por estar rodeada de los demás. Pienso, por ejemplo, en la descripción de la muerte del padre, en ese dedo masajeando las sienes del padre para calmarle y en sus pensamientos. (Páginas 104-106)

A un nivel más detallado, y a pesar de lo duro del tema, todo el libro parece envuelto por ese aire de domingo por la mañana en el que los objetos y los gestos parecen más exactos, más definidos. Basta que la mirada se centre en ellos para que adquieran un significado especial, a veces más importante para la historia que una conversación entre personajes.

Hasta aquí, lo bueno del libro. Lo malo, tranquilos, sólo ocupa un pequeño párrafo. A saber :

Lo único que no me ha gustado del libro es ese epílogo que apenas añade nada. Un premio para el personaje pero un paso en falso para un lector que habría agradecido la rotundidad de un final duro pero preciso como el de la página 171.

“Como ella no se movió, dejó el tazón y salió.
Eran las últimas palabras que iba a escuchar de sus labios”.

Cerráis ahí el libro y ya podéis actualizar Facebook a ver en qué malgastan los demás su vida. Si os apetece, podéis escribir en el muro : “Después de este libro, uno piensa que la mayoría de nuestros problemas sólo pueden escribirse en minúsculas”. Y seguro que os llueven amigos.

1 comentario:

  1. Entre el pasado/presente de tu post, y el presente/futuro de Japón... Mira, hoy no me voy a reir más.

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