martes, 8 de marzo de 2011

"Pólvora negra", de Montero Glez

Me termino “Pólvora negra”, de Montero Glez. El libro no me ha gustado tanto como otros suyos; pero Montero, sí. ¿Cómo no me va a gustar alguien que escribe

“Con los muslos pegados y el esmalte del placer en la guerra de sus ojos, Nora Folk le dedicó una sonrisa húmeda, de esas que nunca secan la memoria” (Página 152) ?

Con frases así, a Montero le digo que sí, mientras niego con la cabeza al pensar en el libro. El libro recibió un premio que tal vez comenzó como una recomendación “cubre con tu estilo todos estos libros sobre el atentado a Alfonso XIII a ver si la gente se sirve un trozo de la historia de España”. Quizás no fuera así, pero, mientras leo, tengo la impresión de que la historia le ha venido a Montero de fuera y que la obligación de serle fiel impide que el resultado sea mejor.

Una paletada de estilo, otra de Historia, una de estilo, otra de Historia

O, lo que es lo mismo, me gusta, no me gusta, me gusta, no me gusta. Así que mi opinión sobre el libro depende del momento en el que se me lo pregunte, como en la vida misma : hay días que quieres a tu pareja y días que no, hay días que quieres a tu madre y días que no, hay días que te quieres a ti mismo y días que no.

Si me pillan pisando la frase del esmalte del placer diré que sí. Hay muchas más en las que digo que sí :

“Y sigue diciéndole cosas con una voz que parece arrastrada por un camino de tierra” (Página 9)

“La historia del Mateo, el anarquista, se estaba bebiendo a tragos por las tabernas de Madrid. Era joven, con pintas de escritor, y venía de Barcelona. Traía un drama, aún sin escribir, en el fondo de su maleta” (Página 53)

“Al igual que todo hijo de vecino, el teniente Bletrán se conocía al dedillo el árbol ginecológico de la mayoría de os invitados. En esos momentos acababa de entrar la Chata con el grotesco temblor de sus mantecas. Portaba el abanico en ristre y daba órdenes a lo largo y ancho del templo. Tenía más de cincuenta años y, desde siempre, había aparentado ser lo que era ahora, una mujer fondona y con la fatiga prendida al pecho. Cuanto más descansaba, más cansada se sentía” (Página 62)

“Su corazón es una bomba de relojería que descuenta segundos en cada latido” (Página 64)

“Una introducción crujiente de pomposidad” (Página 82)

“El Cojo, con arrugas de astucia en el marco de los ojos, le dijo que sí” (Pág 139)

“Cabía la posibilidad de que, entre el gentío, apareciese de pronto un chiquillo cargado de mocos y hambre, entrenado para apretar el gatillo” (Pág 148)

“El Mateo abrió la boca, como si de golpe y porrazo hubiese comprendido que todo aquel caos encubría un orden interno; una línea tan recta como la soga del ahorcado” (Pág 177)

“El sombrero como una caricia de fieltro entre los dedos” (Página 276)

Creo que al estilo del Montero le sienta mejor bailar sin seguir los pasos que marca en el suelo la Historia. Al torpe, esa guía le viene bien, porque le ofrece personajes, escenarios y trama, pero con Montero eso parece quitarle más que lo que añade. Montero es de los de crear personajes y dejar que ellos con la nariz o con otras partes de su cuerpo olfateen la historia, no al revés

Ese teniente Beltrán, por ejemplo, mellizo del Diablo, con sus dientes como puñales, sus ojos de plomo, sus mano de anillos, sus habanos amenazantes y sus escupitajos sobre todo y sobre todos, habría dado mucho más de sí en otro ambiente. Encerrarle en una acción tan limitada es como poner a nadar a un tiburón en una piscina hinchable.

Dicho lo anterior, hay que destacar que queda al final el sabor de la mezcla de sudor, sangre, carne y violencia de un Madrid que, visto desde el sofá de un Starbucks, está más lejano de lo que señala el calendario. Un Madrid en el que parecía darse una vida más incierta, limitada y dura, sí, pero más densa que la que ahora, limpia y aguada, nos ofrecen. Y eso, sí, es una medalla más que el Glez se puede colgar en el pecho, no se nos vaya a molestar.

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