martes, 29 de marzo de 2011

"Trenes hacia Tokio", de Alberto Olmos


Chica 15:38 : Sale sola a fumar y pone pose de fumadora, el brazo izquierdo doblado y pegado al cuerpo y el derecho, con el que sujeta el cigarro, encima. Fuma de pie, caminado despacio, como si pensara en la solución a algún problema de matemáticas. Se quita el pelo de la cara con un movimiento de la cabeza o pasándose la mano del cigarro por la frente, muy deprisa. Tira la colilla en la papelera. Me cae bien esta matemática.

Chicas 16:17 : Una morena y una rubia salen juntas del edificio. Este centro comercial lo forman seis edificios con una zona común en la que hay un lago alrededor del que se podrían hacer carreras de cuadrigas. Las dos chicas, con abrigos negros, dan una vuelta alrededor del lago, jugando a ver quién avanza más despacio. La rubia es la que fuma y habla. La otra se coloca el pelo y mantiene el paso de la otra. Quizás entrenen para unos juegos olímpicos de empresas en los que haya que fumar y correr muy despacio. Les queda poco para el podio. Cuando pasan por debajo de mi ventana, la morena enciende un cigarrillo, le da unas caladas, y se lo pasa a la morena. No sabía que fumar podía ser una comida de dos platos.

Chica 18:22 : Sale del edificio de enfrente y no deja de hablar por el móvil mientras fuma. O al revés. Viste una falda corte de color azul y un jersey blanco. Las botas, cortas, hacen que sus piernas parezcan más grandes. Para el mundo, hoy es un día de otoño, para el calendario, de primavera, para ella, nos encontramos en pleno verano. Lleva colgada la tarjeta de entrada de una cinta muy larga. Cuando camina, se mueve de un lado a otro. Su conversación debe ser rápida, como sus pasos. Unos a la derecha, otros a la izquierda. Cuando se termina la conversación o el cigarrillo, sube corriendo las escaleras de su edificio. Se cierra la puerta detrás de ella y se acaba, de repente, el verano.

Chica 16:41 : La chica de las 16:41 sale del edificio de Nokia acompañada por un chico. Viste una blusa blanca. Como la chica de las 18:22 también salió del edificio de Nokia, deduzco que en Nokia ya es verano. La chica es castaña, con el pelo recogido de una forma un poco anárquica, como si los sábados tuviera un puesto en el que vendiera bisutería hecha por ella. Ese aire tiene. Su compañero, con un pantalón oscuro, una camisa blanca y una corbata también oscura es tan corriente que hasta me da pereza terminar esta frase. El señor corriente habla con una mano metida en el bolsillo mientras decora con la otra sus razonamientos. Ella le mira y fuma y de repente echa una pantorrilla hacia atrás y después la otra. Como si estuviera jugando imaginariamente a la comba. Así de lejos deben andar sus pensamientos de lo que le cuenta el hombre de la mano en el bolsillo. Otra vez una pantorrilla hacia atrás y después la otra. Como la charla debe ser de las que giran alrededor de una corbata, vuelven pronto a su trabajo. Ella tira la colilla en un cenicero amarillo que tienen a la entrada.

Chica 16:57 : Esta es la chica récord. En tres minutos se fuma su cigarrillo junto a una farola, de cara al sol, inmóvil, como si necesitara más el calor que la nicotina. Es alta, con el pelo largo y gafas negras. Parece echar el humo con determinación, impidiendo que esté en sus pulmones ni un segundo más de lo necesario. Gira un poco la cabeza para que se mueva el pelo y se cruza un par de veces el abrigo. Eso es todo. El resto del tiempo permanece quieta, como desafiando al sol : “a ver si puedes hacer algo contra estas gafas que tengo”. Me imagino unas gafas caras, me imagino que es jefa porque baja sola, me imagino que sabe aprovechar el tiempo porque a los tres minutos sube las escaleras rápidamente y echa la última calada antes de tirar el resto al cenicero y entrar. No sé si yo he tardado más en escribir esto.

Chica 17:07 : Es gorda, pero sus manos no son las de una gorda. Se queda a fumar cerca de la puerta de entrada, un poco apartada. Lleva un abierto abrigo marrón, casi del mismo color que su pelo. En la mano izquierda sujeta un vaso de plástico. Con la derecha busca el tabaco en un bolsillo, luego en otro, luego en otro, como si se hiciera un truco de magia a sí misma y tuviera que acertar dónde está. Cuando da con él, saca un cigarrillo y lo enciende sin soltar en ningún momento el café. Por eso digo que sus manos son ágiles. A partir de ese momento es muy ordenada. Fuma con la derecha, bebe con la izquierda, fuma con la derecha, bebe con la izquierda. Mantiene el ritmo del que en el gimnasio hace ejercicio con las mancuernas. Sólo rompe esa rutina cuando descubre que le queda menos café que tabaco y quiere terminar las dos cosas a la vez. Fuma, fuma y bebe. Fuma, fuma, fuma y bebe. Tira el vaso de plástico blanco a la parte de debajo de la papelera y el cigarrillo a la bandeja de encima. La fumadora y la bebedora de café pueden, así, entrar a la vez en el edificio.

Chica 17:11 : Pantalones vaqueros, botas negras y rebeca azul. Con la mano izquierda sujeta contra el pecho una carpeta transparente con hojas. En la derecha tiene el cigarrillo. Le da tiempo a subir y bajar tres veces por la larga y suave pendiente que el edificio tiene para los que no pueden subir escaleras. Me viene a la cabeza el título “The long and winding road”, de McCartney. Su cabeza desaparece tres veces, como si se sumergiera en el mar, lo que me hace pensar en esa escena de Las Horas en la que Virginia Wolf se suicida después de meterse unas piedras en los bolsillos. Si lo de las piedras me lo he inventado, puedo sentirme orgulloso de mi capacidad literaria. Si no, de mi memoria. El caso es sentirse a gusto con uno mismo. Después de sumergirse, su cabeza aparece lentamente, como una Venus renacida. ¿Qué habrá en esos papeles que ha tenido que traerse consigo?.

Chica 17:35 : A partir de las 17:30, en Fujitsu abren las puertas para que la gente le dedique algo de tiempo a su vida personal. Si tienes un cargo importante, sales en coche del garaje, si no, bajas corriendo las escaleras y, sin dejar de caminar, sacas un cigarrillo del bolso y te detienes un segundo, uno, para encenderlo y seguir caminando, como este chica. Abrigo hasta los muslos y dos bolsos en un brazo. Va deprisa. En vez de ascender, el humo traza una línea horizontal y se disuelve, combinándose con el resto de la polución en una mezcla, gracias a Dios invisible. La chica sigue deprisa. O hay mucho que hacer o mucho que dejar atrás.

Mujer 17:44 : Esta que sale ahora, ya la he visto esta tarde. Debe tener unos cincuenta y viste una camisa a rayas gruesas con los puños y el cuello blanco. Lleva una minifalda violeta hasta las rodillas. Me la imagino como secretaria de algún directivo. Está acompañada por otra mujer de su edad. Las dos se pegan al pequeño muro que hay junto a la puerta y se ponen a fumar, disfrutando de la paz que se queda en la empresa cuando todos los demás se han llevado las prisas a su casa para recoger niños, hacer con ellos los ejercicios, prepararles la cena, contarles un cuento y dejar lista la ropa y las mochilas para el día siguiente. Las dos mujeres parecen disfrutar haciendo una lista en silencio de esas cosas que ellas no van a tener que hacer. Este cigarrillo es para recordarse eso. Se acerca a ellas un hombre de cincuenta y muchos con pantalón negro, camisa blanca y poco pelo. Quiero suponer que anda cerca de los sesenta para poder creerme que me quedan todavía muchos años para parecerme a él. Entre los cuerpos de los tres apenas hay comunicación no verbal. Quizás ya han tenido toda la que querían en su momento y este cigarrillo también celebre eso, el poder estar con alguien sin que brazos, ojos, boca, lengua, pestañas, pies o manos establezcan ese diálogo tan evidente como silencioso que acaba resultando agotador.

Chica 18:05 : La última en la que me fijo es una chica bajita, con una rebeca larga de color negro y el pelo recogido en un moño. Como la veo a lo lejos, sólo distingo sus manos y su cara. En una mano tiene el móvil y en la otra el cigarrillo. A veces la mano del cigarrillo baja hasta el cenicero amarillo que tiene la lado y vuelve a subir. No camina. Sólo habla y fuma. Es la postura del que escucha o del que cuenta un problema. Algo relacionado con una madre a la que se le empieza a ir la cabeza o un amigo que se ha quedado sin trabajo. La clase de conversación que has dejado para estas horas porque sabes que puedes hablar más tiempo. Aunque sigas trabajando, el tiempo ya vuelve a ser tuyo. Se mete en el edificio hablando por el móvil.

Hoy termino de leer “Trenes hacia Tokio” y vuelvo a sentir esa extraña euforia que provoca el encontrarse con una mirada que se apoya en un lenguaje flexible. Con libros como éste, uno sospecha que lo que nos hace la realidad tan rígida es el lenguaje que utilizamos con ella, no la realidad misma. Todo guarda un centro jugoso si sabes quitarle la piel con las palabras adecuadas : un viaje en metro, una clase en una guardería, la visita a tu casa de unos posibles compradores, una mañana recogiendo patatas, una comida en una barra, una conversación con una ex novia o un paseo con un amigo que acaba de comprarse un coche. Experiencias que todos llevamos en el bolsillo y que menospreciamos porque nos tomamos la literatura con atención sólo si actúa sobre nosotros como un folleto de viajes: proponiéndonos otros mundos. Pues vale. Así no nos vamos a enterar de qué va esto.

Otra vez el mismo consejo : mira y vuelve a mirar.

Asómate a la ventana, por ejemplo, y presta atención, que está ahí delante. Ahora mismo. Mujeres fumando, como el protagonista del libro, que entran y salen de una empresa japonesa y otra sueca. Con libros así, uno siente ganas de ponerse a escribir. No sé si para bien o para mal. Qué le vamos a hacer.

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