sábado, 21 de abril de 2012

Cambio de agujas



Cambio de agujas La tarde empieza bien, leyendo “Salud y libertad”, una pequeña historia de Fred Vargas en “Tipos infames”, sentado en una de esas mesas pensadas para sentirte escritor aunque el único diario que lleves sea el contable. A la derecha está el ventanal, amplio, haciendo que me sienta expuesto. A la izquierda, una pareja de veinteañeras americanas que no dejan de hablar, como si no se vieran en mucho tiempo o se vieran todos los días, acostumbradas a encontrar interesante absolutamente todo. Escucharía con atención si Fred, en mis manos, no me acusara de infidelidad.

Todo encaja suavemente, por lo que mis movimientos son lentos, para no desajustar nada. Soy el observador y lo observado. Paso con cuidado las páginas, metiéndome en una historia típica de Fred Vargas, en la que, como suele suceder, el desenlace es lo de menos. La gente que cruza por delante del ventanal camina deprisa, como si todos llevaran un buen plan en la cabeza. Esa rapidez de calle estrecha, de aceras pequeñas. El contraste con los lentos paseos de Adamsberg por las orillas del Sena resulta estimulante, como el mordisco del chocolate amargo después del café.

Suena de fondo “To build a home”, muy suave, pero me basta porque, dado ese pequeño empujón, la voy recordando, encajándola con lo que escucho como la sombra a un objeto.

Es probable que los acontecimientos importantes provoquen unas ondas que vayan no sólo hacia el futuro, sino al pasado, difuminadas como suaves olas que llegan al presente a mojarte los pies. Uno sabe que está disfrutando algo que no tiene su origen en ese momento, lo que no impide que, a su modo, exista.

Es algo que se mezcla con la librería y con la lectura, con la pareja de americanas y con la mujer que pasea a su perro con una correa demasiado tensa, con el plato del café y con la música de “The Cinematic Orchestra”. Es algo que queda plenamente definido cuando, a las nueve y veintisiete minutos, Ronaldo lanza un tiro cruzado que pasa por encima de Valdés, entra en la portería, activando el cambio de aguja, y rodea este momento con la precisión del pastelero que envuelve el paquete de merengues, claro, que te vas a llevar a casa.

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