viernes, 20 de abril de 2012

Pedagogía colateral



Pedagogía colateral : Cosas del destino, termino con Daniel viendo “Battleship” cuando una hora y media antes la película no estaba entre nuestra lista de opciones. Figuraban “Furia de titanes” y “John Carter”. La primera se cae cuando Daniel ve el cartel, con unos titanes que dan miedo en 2D y pánico en 3D, que es la única opción que hay. “John Carter” tampoco es la elegida porque, de alguna manera, Daniel parece ser sensible a ese aire de fracaso económico que rodea a este título de Disney y nadie quiere pasarse por una fiesta en la que no hay invitados y los payasos lloran por las esquinas. Como el coche está bien aparcado y se es menos exigente con el tiempo del viernes, que parece capaz de soportar cualquier plan que uno levante sobre sus terrenos, le propongo ir a ver la de “Battleship”, que aparecen marcianos y naves y luchas.

Marcianos, naves y luchas sí que hay en la película, sí. Sin embargo, hay momentos en la película (los que van desde el primer minuto hasta ese otro en el que aparecen los créditos) en los que se tiene la incómoda sensación de que, esta vez, al mono guionista de Hollywood le ha sustituido el gato de la buena suerte chino, que sólo mueve la pata izquierda, con lo que su teclear es continuo pero poco sorprendente. La historia, en sí misma, aporta tan poco a la película como un hueso de plástico al cocido.

Curiosamente, ese ejercicio de adelgazamiento de la historia (mandamos una señal al espacio y encendemos las farolas para vigilar el cielo, los marcianos la escuchan y se presentan con cinco naves, cinco, que nos cepillamos de una manera espectacular) tiene efectos colaterales interesantes. El primero es el poder experimentar el significado de la frase “el todo en cada parte”, la certeza de que lo que viene a continuación ya está dicho en lo que tienes delante, con lo que si se hubiera quemado la película (algo que, desgraciadamente ya no sucede), nos habríamos levantado sin pesar y sin pensar. Cualquier momento es bueno para dejar de prestar atención al movimiento del péndulo.

El segundo punto relevante es, sorprendentemente, pedagógico. Esta es, sin duda, una gran película para un niño de siete años. Para más años ya no sería recomendable, con lo que vuelvo a pedir que en las películas se establezca no sólo una edad mínima, sino también máxima.  Pero a lo que vamos. Esta es una gran película para ver con un niño de siete años con la prima de riesgo a más de cuatrocientos puntos y la bolsa cayendo. O, lo que es lo mismo, con la situación económica de las diecisiete comunidades de este país a punto de volver a los tiempos de la Ruperta.

Y es que, a pesar de que los marcianos solo mandan cinco naves (la crisis, se sugiere, es universal) la oposición del planeta tampoco de más de sí y la batalla tiene cierto aire de pelea de recreo. Los golpes, espectaculares, acaban con la oposición de la armada de los Estados Unidos que al final tiene que echar mano de un viejo acorazado, el USS Missouri, que servía de museo por el que paseaban viejos marineros sin dientes recordando esos tiempo en los que todos los cañones, propios y ajenos, respondían a la menor provocación.

Con lo que ahí está el viejo Mo, un acorazado de esos años en los que había que girar muchas llaves para que los barcos funcionaran, salvando al mundo con una tripulación de viejas glorias que son capaces de poner el punto y final a la amenaza alienígena. (Si ponemos Mou en vez de Mo, el párrafo tiene aún más sentido)

La arruga es bella. Lo antiguo sirve. Sudar es provechoso. Algo que no tiene pantallas táctiles funciona, no pasa nada. El músculo tiene su misión. Todas estas afirmaciones, rotundas como los abuses que se disparan, entran con determinación en las blandas capas del cerebro de un niño de siete años, que las acoge sin darse cuenta de lo útiles que le serán en el futuro al que vamos retrocediendo, en el que no nos quedará más remedio que aceptar que la arruga es bella, que lo antiguo sirve, que sudar es provechoso, que algo puede funcionar sin pantallas, que el músculo tiene su misión y que eso que hay que apretar se llama botón y aquello es una azada y que claro que te va a doler la espalda cuando vuelvas del campo.

Deberían repartirse copias de esta película en todos los colegios de España.

Daniel se lo pasa bien. Los marcianos no dan miedo, aunque se parecen a James Hetfield, ponen dos canciones de AC/DC y las palomitas nos duran gasta el final. Todo un éxito.

Esta película, tan recomendable, no debe verla cualquiera que pretenda ganarse la vida con la música (o con el arte, ya puestos). El papel de Rihanna es una muestra de a qué tendrán que dedicarse los artistas en el futuro. O en el pasado. Vayan donde vayan, les acabarán pillando.

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