jueves, 12 de abril de 2012

La provocación



La provocación : Frente al semáforo, todavía en rojo, la mujer espera tranquilamente. Los demás estamos pendientes del cambio porque la calle es ancha y hay que aprovechar todo el tiempo que el semáforo ofrece. Tan pronto aparece el verde, la gente empieza a caminar deprisa. Ese cambio resulta un poco violento cuando se tiene una bicicleta al lado. La mujer, que estaba con ella inclinada, apoyando el pie izquierdo en el suelo, agarra el manillar y hace fuerza con el pie derecho sobre el pedal. Hay un instante en el que parece que la bicicleta avanzara por un terreno de barro que la frenara, permitiendo que cada gesto de la ciclista pueda verse lentamente. Son un par de segundos en los que parece que las fuerzas se ajustaran y que, por un momento, algo que avanza sobre unas ruedas tan finas, no pudiera mantenerse. La desorientación del que, recién despierto, trata de saber qué día es. Ese instante de duda desaparece y la bicicleta, tras tres pedaladas difíciles, se suelta, como si abandonara ya el barro y los cálculos le fueran favorables. Ahora avanza como si el viento la empujara.

La sombra de la bicicleta parece pesar menos que la de un coche, rozando, sin apenas desgastar, la superficie por la que pasa. Esa levedad es un desafío para los conductores que esperan. La posibilidad de moverse por cualquier parte sin depender del terreno ni de la gasolina es una provocación y una amenaza, como el filo de un bisturí. Un verso preciso frente a la exposición de motivos de una ley. Esa sombra es, además, única, porque la combinación del ciclista y bicicleta lo es, frente a la producción en cadena de la de los coches, que no se diferencian unas de otras.

Todo pasa en unos segundos. El desafío, la amenaza, y la certeza, por ambas partes, de saber quién recorrerá estas calles cuando la ciudad se convierta ya en una cuenca de un río sin ese caudal negro y caro que cada vez es más escaso. Ella sabe que pronto todos sus días serán viernes; ellos, que queda poco para verse obligados a vivir en un lunes eterno.

Si fuera posible, las sombras de los coches se lanzarían tras la de la bicicleta como perros desesperados tras la auténtica liebre.

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