miércoles, 4 de abril de 2012

Mariposas en los ojos



Mariposas en los ojos :

“Mi hijo, que tiene ocho años, preparó un plan para las hojas de este año. Llenó seis grandes bolsas de papel de embalaje con ellas, y las guardó en el granero, para que cuando mi hermano y mi cuñada viniera de visita con sus hijos pudiera formar un montículo. El plan ha dado resultado, lo que no ocurre con todos sus planes. El montículo era grande y las hojas estaban secas, no húmedas, y mi cuñada y yo tomamos muchas fotografías de niños sonrientes saltando sobre pilas de hojas y lanzándolas al aire, y yo experimenté un momento de leve temor cuando me di cuenta de cómo sería el futuro. Supe que recordaría ese momento más que otros quizá más valiosos o más representativos porque estábamos tomando fotos”

“Una caja de cerillas” –Nicholson Baker – Página 42

En el menú de Diverxo se anuncia que se permiten las fotos, pero que no se recomienda hacerlas para no rebajar la calidad de la experiencia. Me sorprende ese planteamiento en un restaurante en el que se cocina, primero, para los ojos.

Es fácil pasar por alto este restaurante, que, desde fuera, y con ese nombre, puede parecer una local oriental con cierto nivel en una zona en la que hay mesones con barriles como mesas, casas de comidas con sillas metálicas apiladas en la acera, locales de empanadas argentinas y una cafetería con las ventanas abiertas en las que un camarero atiende a las dos únicas clientes que , sentadas en una mesa junto a la puerta, miran a la calle.

Nada más entrar, a la izquierda, en la zona de la cocina, leo en un cartel una advertencia sobre el uso de la batidora. A la derecha veo una bodega en la que las botellas están colocadas como obuses listos para repeler uno o dos desembarcos enemigos.  Un camarero de negro nos lleva a nuestra mesa en una zona que parece el anexo de otra grande, inexistente, y en la que predomina el negro.

Como excepción en ese ambiente de colores oscuros, una pared está repleta de mariposas de colores. También se hace mención a las mariposas en una hoja que explica la filosofía del restaurante. Y mariposas también hay en el diseño del ordenador que usa el encargado cuando ya quedamos pocas mesas y llega el momento de hacer cuentas. Además de la evocación de las mariposas, se utiliza la imagen de la montaña rusa para marcarle al cliente las coordenadas que aquí usan en la cocina.

Y, en el menú, el comentario sobre las fotografías.

El recurso de las mariposas me parece más sugerente si se interpreta como símbolo de aquello que atrae tu atención y no puedes atrapar. El menú no anuncia los platos, únicamente ofrece tres posibilidades según lo que se desee comer y el precio que se esté dispuesto a pagar. Posteriormente, los camareros los van depositando en la mesa y presentando con una cantidad de información que es imposible asimilar si no se es un profesional. La impresión inicial es de sorpresa al escuchar la gran cantidad de ingredientes y los procesos que son necesarios para elaborar ese pequeño plato que tienes delante.

Tan pronto de marcha el camarero, mi primer impulso es el de hacerles un par de fotografías deprisa,  como si el salvoconducto que se me ofreciera fuera temporal. En el resto de las mesas nadie hace fotografías con sus móviles. Consultan rápidamente algo en ellos o llaman para preguntar cómo va el Madrid. Parecen pertenecer a ese grupo de clientes que, acostumbrados a locales como éste, pueden dejar lo de la fotografía para una próxima visita o a los que, como yo, al usar la cámara del móvil, demuestran que están aquí de forma excepcional, no como parte de esa rutina a la que un titular económico, por gruesas que se hayan escrito sus letras, jamás podrá modificar. 

En ese sentido, sé que me delato con cada fotografía que hago, pero no es solo un tema de recuerdo. Es algo más sutil y difícil de definir que tiene que ver con ese leve temor del que habla Nicholson Baker. Se suele oponer la fotografía a la experiencia como argumento contra los que la utilizan como un sustituto de la experiencia. Pero ésa es solo una forma de utilizarla. Otra, como en este momento, tiene algo de reconocimiento. Se hace la fotografía a cada plato para poder analizarlo más tarde y disfrutarlo de nuevo al percibir nuevos matices. A veces el momento es tan denso que no se puede experimentar completamente en el instante y te lo llevas, en forma de fotografía, para recuperarlo más tarde. Como el que vuelve una y otra vez sobre una canción.

Y justo eso es lo que le sucede a la propuesta de Diverxo : excede la capacidad de cada instante. Estéticamente, si no fuera por la ayuda de la fotografía, cada plato exigiría una lenta contemplación que alargaría la cena en un par de horas más. Hay mucho que mirar y degustar antes de llevarse la comida a la boca. En todos los platos hay creatividad, originalidad, un toque de humor, otro de riesgo, otro de juego, otro de pintura, otro de desafío, otro de ironía. Parece que en el origen de todos ellos hubiera habido una imagen más que un sabor y que al dictado de ella hubiera venido lo demás, preparado todo ellos en una cocina en la que podrían imaginarse manos de todas las edades preparando los platos.

Todo este ejercicio podría utilizarse también como crítica para este tipo de cocina. Pero esa posibilidad desaparece en el instante en el que cada uno de esos platos llega a la boca, que reacciona como si los rascacielos de una ciudad iluminaran todas sus ventanas en mitad de la noche. Las mariposas de los ojos pasan entonces a la boca.

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