jueves, 26 de abril de 2012

Pequeñas burbujas



Pequeñas burbujas : Me levanto como si hubiera perdido algo de consistencia. Tardo un segundo en situarme : aunque no recuerdo nada de lo que he soñado, es posible que haya analizado el gol de Robben desde todos los puntos de vista, como un vigilante frente a las cámaras, buscando una en la que Casillas sí llega a pararlo y hoy todo es diferente y Munich está al lado de Alcobendas.

Según mis conocimientos de la teoría cuántica (un tanto aproximados, pues el programa de Punset sobre el tema estaba a punto de acabar), en una realidad Casillas sí que para el penalti de Robben. Me pregunto, en la ducha, por qué no estoy en esa realidad. Si supiera cómo, realizaría ejercicios cuánticos para dejar este nivel y pasar a otro. No sé si basta con darse una ducha fría, cerrar los ojos y pedirlo con fervor, por favor, por favor. Aprieto los párpados con fuerza y trato de visualizarlo lentamente, en alta definición, con las briznas del césped saltando muy, muy despacio, y Casillas alargando un poco más el guante, en el que se pueden ver todos los detalles.

Tengo una buena imaginación digital, pero no es suficiente. Me caliento el café. En la radio, a las siete, abren el programa con el sonido de un muro viniéndose abajo.

-El balón de Sergio Ramos, que ya ha vuelto.

Si existen esas realidades paralelas, están bien alejadas, como los áticos de doscientos metros cuadrados, los restaurantes con carta de botellas de agua o las fiestas en las que un tipo de chaqueta blanca te corta unos trozos de jamón serrano elegantes y poderosos como billetes de quinientos euros sin estrenar. Parecen que están pegadas a ti, pero así logran, curiosamente, engañarte con la verdadera distancia, que puede estar, en términos monetarios, a dos o tres vidas de nóminas e intereses de la cuenta ahorro de tu banco favorito.

Salgo de casa pronto. El mundo avanza alrededor del sol a unos mil ochocientos kilómetros por minuto, pero mi coche sigue en el mismo sitio. Me fijo que la rueda de atrás está desinflada. Primero me enfado. Después me conmueve la forma que tiene el coche de decirme que sabe lo que siento. Bien, coche, bien, le digo, dándole unas palmadas en el capó.

Lo suyo se soluciona fácilmente con una parada en la gasolinera. Conecto el tubo de aire y presiono el botón con el más con ganas. La rueda queda dura y bien formada, como uno de esos quesos suizos en los que puedes construirte un refugio dentro. Lo mío no tiene arreglo tan fácilmente. Se trata, simplemente, de tener todo el día ocupado, y pasarlo hablando, trabajando, tratando así  de eliminar cualquier momento de silencio para no verme sorprendido por el sonido del aire al salir.

Algo leve. Así. Si la cosa no se soluciona, esta tarde, pienso, me meteré en la bañera y trataré de ver por las pequeñas burbujas dónde tengo el pinchazo.

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