martes, 3 de abril de 2012

Un lento brochazo




Un lento brochazo : La gente que acude al gimnasio por la tarde va más tranquila. Entre ejercicio y ejercicio, sin demasiada prisa, se dedica a charlar. Todas las máquinas están ocupadas y haces el ejercicio que puedes, no el que quieres. En el cristal nos reflejamos todos los que, en bicicletas o en cinta, nos esforzamos en sudar.

Cuando abren, a las siete de la mañana, todo es más preciso. Se presta más atención a los relojes que van marchando el tiempo que queda para ducharse, poderse la camisa, la corbata y salir al trabajo con esa distancia de ventaja que te da el haber hecho algo de ejercicio y que vas a mantener todo el día.

En cualquier caso, siempre me llama la atención todo ese esfuerzo que no se traduce en movimiento. Se corre para estar en el mismo sitio. Se levantan pesas que acaban en la posición inicial. Es una aparente pérdida de energía que no busca su utilidad, sino sólo perderse, gastarse, agotarse. Aunque nos decimos que la rutina nos agota, basta pasarse por un gimnasio para darse cuenta de que no se trata de un tema de energía : nos sobra. Es otro tipo de agotamiento, quizás el que surge de esa sensación de tener tanta capacidad para producir tan poco, del que esa cinta sobre la que se corre es un símbolo. Sudamos para no empezar a gritar.

Hoy voy por la tarde y cuando salgo empieza a llover. El cielo se oscurece y la luz que sale de la piscina adquiere una presencia que me obliga a pararme y a mirar a pesar de que me esté mojando. No me importa. Ahí el esfuerzo se convierte en movimiento. Van de un lado a otro en cada calle con la tranquilidad del que da un lento brochazo por la pared, una capa, y, encima, otra. Son el cursor que va recorriendo la línea, cubriéndola de letras. Se llena un renglón y se recorre la calle para empezar de nuevo.

Me quedo mirando hasta que recuerdo exactamente el olor del cloro.

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