miércoles, 25 de abril de 2012

El recolector de anillas



El recolector de anillas : Unos minutos antes de entrar en el Bernabeú, me fijo en un hombre que está agachado a mi lado. Lleva una chaqueta de chándal en la que pone RMCF en su espalda y una gorra a juego de la que sale un pelo largo, blanco y desordenado. Veo que está entretenido con algo que hay a los pies del árbol.

Como todavía faltan unos diez minutos para que empiece el partido, me quedo mirando. Podría entrar ya, pero sería demasiado pronto. Se trata de dar con el momento exacto, justo ése en el que el césped brilla de una forma especial, haciendo que todo lo que le rodea tenga un tono mágico. Antes siempre lo lograba, pero he de reconocer que llevo mucho tiempo sin conseguirlo y que, tal vez por eso, cada vez me cueste más entrar el en juego, sentirme parte de lo que me rodea. Hay que perseverar.

El suelo alrededor del árbol está repleto de latas de cerveza vacías. Por un momento pienso que el hombre está comprobando si a alguna de ellas le queda algo porque le veo cogerlas una a una. No se trata de eso. Les va quitando las anillas a todas ellas con cuidado y se las guarda en un bolsillo del pantalón. Su trabajo es meticuloso, paciente, sin prisas. Va repasando que no se le haya quedado ninguna. Cuando ve que ya están todas, estira la espalda y se marcha lentamente, como si caminara sobre barro.

No me cuesta nada encontrarle una interpretación a la escena. Lo que me dice no me gusta nada. Me deja con la sensación de que las cosas no van a ir bien esta noche. El hombre quitaba las anillas como si desactivara unas granadas. En eso pienso cuando me asomo al campo, después de subir las escaleras, y no me encuentro con el césped que busco. El ambiente es el de las grandes celebraciones, pero el césped parece frío, como un escenario incompleto.

En vez de mimetizarme con la excitación de la gente, me quedo con lo del frío y lo incompleto. Después de tantos partidos vistos, el cuerpo parece reaccionar antes estímulos extraños como los huesos de un anciano a la lluvia que se acerca. No me ayuda mucho ese entusiasmo exagerado de los que me rodean, que sustituyen a los habituales, y que muestran una pasión y unos comentarios exagerados con los que justificar el precio de las entradas. El seguidor fiel dice más con un cruce de brazos, una mirada o el meno de cabeza siempre precisos.

Es probable que no sea mi noche, pero parece que hay más jugadores del Bayern que del Madrid. Me entretengo en contarlos sin problemas porque a veces los dos equipos se quedan quietos, interpretándose los gestos como para saber quién va de farol, quién tiene energía para un desmarque más, quién se ha quedado sin imaginación para inventarse una jugadas. Los números son los mismos, pero lo que sigo viendo lo desmiente. Tres de rojo rodean a uno de blanco y los demás de blanco tienen a uno de rojo al lado. Matemáticamente, parece imposible, pero en este césped es cierto. La vieja guardia te diría que sí con el cruce de brazos, la mirada o el meneo de cabeza. Estos, que juegan a insultar, no se dan cuenta. Ella lleva un vaquero ajustado. Miss Sixty, dice su etiqueta, que leo varias veces cuando salta porque no todo es fútbol. En él no me fijo porque me gusta concentrarme en la lectura.

Puede que el Madrid lleve dos goles de ventaja, pero las matemáticas no están en el marcador, sino en el césped. Y el césped siempre manda, que es algo que los novatos de las entradas nuevas no entienden. Se ven ya camino de Munich y algunos es posible que estén ya reservando con el móvil el hotel y el avión y un restaurante con la botella de champán lista. Allá ellos. Yo vuelvo al césped, a la imagen del anciano del pelo blanco y a la zona del estadio en la que los hinchas del Bayern, mezclando pancartas en alemán y en español, parecen más confiados que nosotros porque esta es la noche de la escuela alemana de matemáticas y ellos lo saben.

Las buenas historias tienen ya el germen de su final en su narración y ésta no es una excepción. Miro cómo pasa el tiempo. Aprovecho para contar de nuevo a los jugadores, siempre con el mismo resultado. Pienso que no es una cuestión de más minutos jugados, ni siquiera de cambiar a dos o tres jugadores. Son muchos partidos en la temporada, muchas finales inesperadas en campos con contrarios que quieren contarles a sus nietos cómo fue lo de aquel partido que le ganaron a. La distancia a tu objetivo no la marca lo que te separa de él, sino el peso que llevas ya encima y estos de blanco cargan con uno grande y grave.

Nunca había visto en el marcador ciento veinte minutos.

Llega la ronda de penatis y ya me imagino el resultado. El anciano quería desactivar todas las granadas pero en algunas sí quedaron anillas. En la de Scheweinsteiger, por ejemplo

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