“Algo va mal” es un título con el que siempre vas a acertar. Como poner patatas fritas en una fiesta. ¿Quién va a poner mala cara frente a un cuenco de patatas fritas? Sólo algún familiar de la patata que han pelado, descuartizado y frito y alguien que esté a régimen y se lleve su tupper con espinacas.
Así que el titulo está bien pero no explica qué está mal. Para esto hay que leerse doscientas veinte páginas, como he hecho yo. Como no es una novela negra, os puedo contar qué es lo que va mal y así os podéis gastar el dinero en alcohol o juegos Platinum para la PS2.
Lo que está mal es que hoy el Estado se está quedando en poca cosa. Y Tony Judt echa de menos los tiempos, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, en los que el Estado te pedía que tocaras su bíceps y lo notabas fuerte y duro.
Ahora está blandito y sin fuerza, dice, aunque en España la deuda pública ha crecido de 373.506 millones de euros en el 2000 a 638.767, en el 2010. Será entonces que el problema no es de tamaño, sino de grasa, pero sobre temas como éste no aparece nada en el libro de Judt. Nada.
A partir de este punto, todas las preguntas que podáis hacer se quedan sin respuesta en el libro. Conforme iba leyendo, yo me decía : ¿Qué funciones debe aceptar el Estado? ¿Cuál es el límite de financiación en servicios no rentables? ¿Está justificada la estructura española con las diecisiete autonomías? ¿Hay alguna manera de marcar cuánto puede crecer un Estado? ¿A partir de qué punto su influencia puede ser negativa? ¿Qué servicios mínimos debe garantizar? ¿Existe alguna manera de controlar esa inercia de abarcarlo todo? ¿Qué mecanismos pueden desarrollarse para influir de una manera más eficiente en su funcionamiento? ¿Es necesario definir un nuevo concepto de Estado? ¿Puede ser culpa del propio Estado que hoy mucha gente considere que es una carga para la sociedad más que un beneficio?
Judt no responde a estas preguntas porque no le gustan los números y porque éste parece un libro escrito para el mundo de las ideas, el ámbito universitario donde, joder, no vamos a estropearlo todo poniendo cuadros y series y datos. Caca.
Lo sorprendente es que empieza con fuerza, presentando cuadros, pero el último se queda en la página 33. El resto, Judt lo recorre de la mano de las ideas y de los deseos, que siempre son más cómodos si uno quiere acompañarse a sí mismo hasta la página 220.
Y no es que el libro carezca de buenas sugerencias. En algunos momentos parece que va a salirse de lo esperado y que va a ofrecer un pase tipo Guti, hacia ese desmarque que había había visto antes, pero sólo son ilusiones fugaces que desaparecen en un par de párrafos. Sorprende encontrarse en un autor defensor de la socialdemocracia un párrafo como
“El asombroso poder de atracción del difunto para Juan Pablo II para los jóvenes tanto católicos como no católicos debería hacernos pensar : los seres humanos necesitamos un lenguaje en el que expresar nuestros instintos morales” (Página 172)
Donde uno se esperaba un palo, aparece una zanahoria.
Pero párrafos como éste son una excepción. Por principio, salvo que seas un descerebrado, todo estamos de acuerdo en la necesidad de tener un Estado. El problema es que a ese Estado hay que medirlo, definirlo, controlarlo y darle una justificación y para eso es necesario utilizar cifras. Cifras. Y más cifras.
En vez de cifras, un panegírico a favor del tren como argumento para la defensa del Estado. Ese tren romántico que llegaba al último pueblo y que parecía tener su razón de existir en llevar a un pasajero de un pueblo sin habitantes a otro pueblo sin habitantes.
Y nosotros, ya ves, cerrando el Ave de Toledo a Albacete. Porque no viajan abueletes, debe ser.
¿Llenamos entonces toda España de trenes románticos que inspiren a olvidados autores de blogs, como el que esto suscribe? Judt dirá que sí, porque le gustan los trenes, como a mí. ¿Se queda entonces el Estado como un refugio para los románticos, esos que reniegan de la cuenta de resultados porque jode el mundo?.
Pero el mundo es una cuenta de resultados, nos guste o no. El tema es qué partidas incluimos en ella. De eso no dice nada Judt, al que le parece que la culpa de todo la tenemos el gremio de los economistas :
“El perenne deseo de a juventud de hacer algo “útil” o “bueno” está arraigado en un instinto que no hemos logrado eliminar. Y no es que no lo hayamos intentado: ¿por qué, si no, han creado las universidades “escuelas de negocios” para estudiantes de grado?” (Página 177)
Qué hijos de puta somos los economistas. A esto se reduce todo. Así que ahora que ya lo sabéis podéis gastaros el dinero en una cena con vuestra pareja y, con un cortado como el de la foto, charlar de vuestras cosas.
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