miércoles, 6 de julio de 2011

Ne me quitte pas


Hoy era el cumpleaños de mi padre. Lo habríamos celebrado de alguna manera si no nos hubieran enseñado a hacerlo sólo con los que están vivos. Esta es una sociedad en la que las cosas van bien si estás vivo y con dinero. Si falla alguna de las dos, los ritos que te ofrecen, generalmente diseñados para que alguien gane dinero, ya no sirven. Y es una lástima, porque hoy siento la necesidad de celebrarlo. Aunque sólo sea por esa inercia que lleva cada seis de julio.

Se me ocurre que se podríamos encender unas velas y soplarlas por él, o ver alguna escena de El manantial, o recitar la misma alineación del Real Madrid que él consideraba como la definitiva, o abrir una botella de Matarromera, o escuchar una canción de Edith Piaf, o ver la foto más antigua que se conserva de él, o juntar cinco objetos suyos y tocarlos (una corbata, su reloj, sus gemelos, sus gafas, su cartera), o pedirle a mi madre o a mi tía que cuenten alguna anécdota que nunca antes hayan dicho sobre él, o descubrir que recuerdo tienen sus nietos de él, o imaginarse cómo serían las cosas si siguiera vivo.

En las coronas de flores y en las lápidas se escribe que no se olvidará al que se muere, pero el hecho de recordar, siendo importante, es algo pasivo. Lo importante es utilizar ese recuerdo para tratar de imaginarse al que ha muerto en el presente de cada uno y ver cómo sería la realidad con y sin él. En qué habría cambiado este seis de julio si al marcar el móvil de mi padre, que todavía tengo guardado en la memoria del teléfono, hubiera contestado.

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