jueves, 14 de julio de 2011

Dos fotografías perfectas


Hay fotografías que quizás nunca olvide porque en su momento no pude hacerlas.

En una de ellas, hace ya cinco años, mi tía, que ha venido de Suiza a despedirse de mi padre, le está abanicando en la habitación del hospital. En ese momento tenía la cámara cerca y sabía que podría ser la última oportunidad para sacar a los dos hermanos juntos, pero no hice la foto. Me quedé mirando sabiendo que más tarde lo lamentaría.

No tengo la foto, pero así puedo decidir si mi padre, incorporado, con la almohada a su espalda, tiene o no los ojos abiertos. Hoy elijo que no, para concentrarse mejor en ese aire que le llega.

Esta tarde he tenido delante otra fotografía que no he podido hacer. Esta vez porque no tengo una cámara capaz de hacer fotos debajo del agua.

Porque lo cierto es que la foto no estaba delante, sino arriba. Lucía decide quedarse conmigo cuando Daniel, muerto de frío, se sube con María a casa y me propone que buceemos juntos. Quiere descubrir si es capaz de hacerse la parte estrecha de la piscina buceando. Así que estira el índice, el anular y el corazón, toma aire y se sumerge.

Y yo voy debajo de ella, buceando de espaldas al fondo para verla encima de mí. Me fijo en su pelo ingrávido, en sus gafas rosas, en las burbujas que se le escapan de la nariz, en sus mejillas infladas, en su bikini rosa, en sus manos de dedos finos, en la luz que entra, en su ombligo, en sus largas piernas y en los dedos gordos de sus pies, idénticos a los mío.

Hace siete años nada de eso existía.

En su primer intento logra llegar al otro lado sin sacar la cabeza. La felicito y sin concederse un segundo para descansar vuelve a estirar el índice, el anual y el corazón. Así estamos diez minutos más. Ya ha logrado lo que quería, pero hay algo más que no me cuenta ni yo trato de saberlo.

En una parada se me ocurre preguntarle si tiene frío.

-Sí.
-¿Y quieres salirte?
-Sí.

Como caminar por un valle y encontrarte en el borde de un acantilado. Así son las transiciones con Lucía. Se cubre con su toalla y me pide la mía. El sol se ha puesto detrás de un edificio y estoy helado, pero tengo que hacer que no se note y seguir haciendo de padre.

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