Antes de empezar, tengo que advertir que en este post van a aparecer spoliers de Transformers 3, así que recomiendo que siga leyendo sólo aquél que no vaya a ver la película o no sepa lo que es un spoiler.
Hoy, a las cinco y media, estamos en el cine Lucía, Daniel y yo viendo Transformers 3. Tenemos agua, palomitas y en la sala hace fresquito. Ese fresquito que está a un punto de que la abuela se incline hacia adelante y pregunte :
-¿No habéis traído una rebeca para los niños?
Como si los padres deseáramos, en silencio, que a nuestros hijos les pasaran cosas malas. Y no es así, que nos preocupamos por ellos y les damos mucho atún y muchas espinacas para que crezcan sanos y con un poco de esos minerales de los océanos.
Que me despisto. Transformers, decía. La historia es bastante absurda, pero todos parecen tomársela tan en serio que hasta yo empiezo a preguntarme si el problema no es mío. Si entre tanta chatarra futurista están Frances Mcdormand (siempre esa policía de Fargo), John Turturro (Siempre ese gánster suplicando que no le peguen un tiro) o Malkovich (Siempre tomándose el té en el Sahara) es que la cosa debe tener trasfondo.
O chicha.
Se la busco pero no la encuentro, así que lo que debe haber detrás es mucho dinero. ¡La cantidad de películas españolas que luego no se estrenan que se podrían haber hecho con todo ese dinero! ¡Tanta cultura desperdiciada! Menos mal que la compenso con este blog en general y con este post en particular.
Compartimos palomitas entre los tres. Los enanos suelen darme las que no se abren. No me importa, porque valoro el cariño.
Bueno : Los transformers malos quieren abrir una puerta espacio-temporal para traerse su mundo aquí y los buenos dicen que no. Yo pienso. ¿Los transformers son robots con forma de coche o coches con forma de robots? ¿Fue antes el huevo o la gallina? No lo sé, son muchas dudas.
La película es muy mala, pero está muy bien hecha, así que seguimos al fresquito, pendientes de esta historia que deben haber financiado en Detroit. Lo que se podría haber hecho con todo ese talento, ese dinero y un guión decente. Pero es que el dinero se puede imprimir y las ideas no : para que no haya dudas, los malos crean una única pieza de color rojo que dejan a la vista para que los buenos sepan qué tienen que destruir. Almas de cántaro. ¿Por qué no la hacéis de color azul, como las demás?
Me entretengo elaborando una teoría de por qué la película falla y qué se habría podido hacer para mejorarla. Como no tengo con quién discutirla, creo la versión infantil de la misma (que es lo que el eslogan al programa de un partido político) y me giro a la izquierda para comentársela a Daniel.
Me basta ver sus ojos, su boca abierta y cómo inclina un poco el cuerpo hacia la pantalla para descubrir de que él está viendo otra película.
-Mola – me dice.
Tal vez él esté viendo la película que haya que ver y yo tenga delante otra. Es un mola denso, jugoso, limpio, cálido, confortable, grande, envolvente, brillante, de piel suave y olor a palomitas que me rodea como si fuera una pacífica serpiente buscando dónde acomodarse.
-¿Cuánto queda? – me pregunta sin dejar de mirar a a pantalla.
-Bastante, queda la batalla final.
-¡Qué corta!
Una película corta que dura casi tres horas. Me doy cuenta de que la mejor forma de seguir la película es mirando la cara de Daniel.
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