martes, 19 de julio de 2011

El ala del dragón


Me asomo al cuarto de las literas y todos los juguetes quieren saber qué tal van los enanos. Les respondo que bien, que duermen mucho, que ven dibujos animados y que hoy han repetido macarrones. Lo de repetir macarrones les hace asentir en silencio, como si de pronto les hubiera dicho el nombre exacto del lugar en el que se encuentran : ahí donde no negocian cada trozo que se llevan a la boca y donde los platos terminan vacíos.

-¿Le has contado lo de mi ala, que sigue igual? – me dice el dragón.

Tiene mala pinta lo del ala del dragón. Le rompieron la pieza que encaja en el cuerpo y hasta ahora no hemos dado con el pegamento que lo mantenga unido. Al intentar encajarla de nuevo, la pieza cede.

-Sí

Mueve el ala que le queda y después se queda inmóvil, para que el vacío que ha dejado la que falta sea más grande.

-Apriétame la nariz, a ver si por ahí todo sigue bien.

Le doy a un botón que tiene camuflado y se enciende una pequeña luz roja. Pienso en esos peces abisales que cazan así a sus presas.

-Es chula la nariz – me dice – Mola.

Daniel dice mola. Laura, nunca. Al dragón se le han pegado expresiones de Daniel.

-Ahí donde están igual tienen el pegamento que estamos buscando - Al hablar, la luz roja se recoge y se desborda de su boca.

Se mira las uñas, grandes y blancas.

-¿De verdad se come todos los macarrones?
-Eso dice.
-Ya. La verdad es que le echo un poco de menos. Aunque esté días sin hacerte caso, siempre sabe dónde te ha dejado. En su cabeza siempre estamos ordenados.

De repente de me ocurre que puedo hacerle una fotografía para mandársela a Daniel.

-¿Al país de los macarrones? Genial.

El dragón resulta ser un modelo exigente. Le hago una foto con la luz encendida, otra en la que sólo se ven sus garras, un primer plano de la cabeza, otra con un filtro distorsionado, de frente, con la boca abierta, sobre una mesa, con el ala desplegada, alejándose o casi oculta por la oscuridad.

-¡Ésta! – me dice.

Así que le mandamos a Daniel una foto del dragón en blanco y negro. Dice que se ve más elegante.

-¿Y puedo mandarle algún mensaje?
-Claro.
-¿Y no lo leerá Lucía?
-Creo que no.
-Pues dile que espero que sus vacaciones sean largas, pero que vuelva pronto.
-¿Y eso?
-Las muñecas de Lucía me dan miedo. Son las únicas que, cuando enciendo la luz roja por las noches, aplauden, dan saltitos de alegría y gritan que viva la fiesta mientras comienzan a bailar.

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