sábado, 16 de julio de 2011

Después de una noche fría


Encima de la mesa de la terraza están las zapatillas que Lucía y Daniel llevaban ayer. Terminaron sucias y llenas de arena, así que María, nada más llegar a casa, las metió con el resto de la ropa en la lavadora y después las sacó para que se fueran secando.

Siguen húmedas porque ha sido una noche más bien fría, de esas en las que la luna no calienta mucho. Visto desde fuera, no parece muy práctico dejarlas aquí, pero lo básico no es que se sequen, sino que descansen y se relajen.

Si hay algún objeto que necesita ese descanso son ellas, así que ahora tecleo suavemente, respetando su silencio, su sueño o el estado de relajación que busque una zapatilla cuando se encuentra lejos de unos pies de siete años.

Están en el borde de la mesa, con la puntera hacia la zona de la piscina, viendo el mundo desde arriba, lo que también es bueno porque todos necesitamos un cambio de punto de vista. Las de Lucía son blancas y las de Daniel azules. Las de Daniel son de una talla 30 y las de Lucía una 33, por lo que alguien que se fijara en ellas podría deducir que en esta casa viven un niño y una niña pero se equivocaría al pensar que se llevan más de un par de minutos entre ellos.

Descansan las zapatillas, la televisión, los botes de plastilina, el transformer, sus tazas del desayuno, la goma de borrar, las nintendo, los cuadernos, el sofá y las gafas de bucear.

En este momento la zapatilla izquierda de Lucía empieza a recibir el sol. El filtro de la piscina se ha puesto en marcha y el vigilante, que estaba pasando la escoba junto a una pared, con el cuidado del que recoge unas migas, se saca el móvil del bolsillo y empieza a teclear.

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