No hay señales de Bob Esponja. Ni de cham cham. Ni de fanboy. Ni de Patricio. Ni de Chowder. Ni de Agallas, el perro cobarde. Ni de Edd. Ni de Edd. Ni de Eddy. Ni de los Pecezuelos.
Podemos poner el canal que queramos y ver, por ejemplo, “Muerte entre las flores”. Y encontrarnos con un Gabriel Byrne joven. Y saltar a “En terapia” y, en cuestión de segundos, descubrir a un Gabriel Byrne con más años.
Una casa sin niños sirve para recordarle a la televisión que su misión en esta vida no es la de ser un intermediario entre mediocres series de dibujos animados y esos niños en los que nadie parece pensar cuando se emiten.
-Estoy viendo unos dibujos que a ti no te gustarían – me dice Daniel cuando hablo con él.
Por lo menos ya es capaz de distinguir unos de otros con cierto criterio. El placer de verlos sabiendo que nadie ahí le va a decir que eso es una basura dese ser similar al que, desoyendo las recomendaciones de un médico después de ver los análisis, se cena la hamburguesa más grande de las que se ofrecen en el menú.
Cambio de canal y veo a Bob Esponja con el mando en la mano, recordándome quién manda y advirtiéndome de que dentro de dos meses todo volverá a ser igual.
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