Asilo gastronómico : Yo también tengo
familia en el pueblo. Aunque, como es un pueblo suizo, parece, más bien, una
ciudad pequeña, el embrión de algo que pudo crecer pero que prefirió quedarse
así : un huevo de codorniz urbanístico. El caso es que, bien sea por fricción o por ósmosis o
por parentesco, una parte de mí, muy pequeña, es suiza. Pongamos que un 0,67%.
Ese 0,67% se siente como en casa en
el restaurante suizo al que vamos a comer. Todo un descubrimiento. Una gran
sala; un tejado abuhardillado; unos clacones con queso, otros con sopa; botellas de vino blanco; trocitos de pan
que van y que vienen y, sobre todo, ese juego de esgrima gastronómico con los
tenedores que tiene como objetivo matar el hambre con paciencia de acupuntura.
La cocina suiza es el resultado del cruce entre una vaca y un médico chino.
No es de extrañar que, conforme
pasa el tiempo, me sienta cada vez más suizo. El porcentaje va subiendo cuando
mojo un trozo de carne en una salsa, cuando echo pimienta sobre el queso que cubre
al pan, cuando coloco tres lochas finas de carne en el borde del plato, cuando me
fijo en que todos los animales de las banderas de los cantones son machos (cada uno con su triángulo rojo
entre las patas), cuando rasco con el tenedor el queso seco del plato, cuando
veo a los más pequeños reírse, cuando le pido al camarero otra botella de vino
blanco, cuando nos servimos la sopa de la chinoise en los cuencos que nos
traen, cuando brindamos una vez, y otra, y otra, cuando recuerdo que afuera
hace mucho frío y que aquí me subo las mangas, cuando nos hacemos fotos por
cualquier excusa, cuando nos acordamos de los de allí y hablamos de volver a
verles, cuando, en fin, veo que todos se lo están pasando igual de bien.
Después de todo este proceso, soy más suizo que español : lo dice mi estómago.
Sienta bien ser suizo. Somos un país
pequeño pero bien organizado. La crisis, por ejemplo, se queda para la gente
del sur, para los españoles. ¡Ah, los españoles!. Sus operetas nacionalistas,
sus recortes, sus cajas corruptas, su juventud desmoralizada, su casta política
y las letras de Melendi. Me pongo el abrigo antes de salir a la calle,
recordando lo que me espera ahí fuera. Me subo la cremallera muy lentamente
porque, no voy a negarlo, quiero seguir siendo suizo un poco más : en la
portada del Marca veo que el Madrid, además, empató ayer con el colista.
Abro la puerta y dejo que los demás
salgan para demorar el momento de cruzar de nuevo la frontera y regresar a mi
0,67%. Hay un momento de duda. ¿Concederán el asilo por cuestiones
gastronómicas?
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