domingo, 13 de enero de 2013

Asilo gastronómico




Asilo gastronómico : Yo también tengo familia en el pueblo. Aunque, como es un pueblo suizo, parece, más bien, una ciudad pequeña, el embrión de algo que pudo crecer pero que prefirió quedarse así : un huevo de codorniz urbanístico. El caso es que, bien sea por fricción o por ósmosis o por parentesco, una parte de mí, muy pequeña, es suiza. Pongamos que un 0,67%.

Ese 0,67% se siente como en casa en el restaurante suizo al que vamos a comer. Todo un descubrimiento. Una gran sala; un tejado abuhardillado; unos clacones con queso, otros  con sopa; botellas de vino blanco; trocitos de pan que van y que vienen y, sobre todo, ese juego de esgrima gastronómico con los tenedores que tiene como objetivo matar el hambre con paciencia de acupuntura. La cocina suiza es el resultado del cruce entre una vaca y un médico chino.

No es de extrañar que, conforme pasa el tiempo, me sienta cada vez más suizo. El porcentaje va subiendo cuando mojo un trozo de carne en una salsa, cuando echo pimienta sobre el queso que cubre al pan, cuando coloco tres lochas finas de carne en el borde del plato, cuando me fijo en que todos los animales de las banderas de los cantones  son machos (cada uno con su triángulo rojo entre las patas), cuando rasco con el tenedor el queso seco del plato, cuando veo a los más pequeños reírse, cuando le pido al camarero otra botella de vino blanco, cuando nos servimos la sopa de la chinoise en los cuencos que nos traen, cuando brindamos una vez, y otra, y otra, cuando recuerdo que afuera hace mucho frío y que aquí me subo las mangas, cuando nos hacemos fotos por cualquier excusa, cuando nos acordamos de los de allí y hablamos de volver a verles, cuando, en fin, veo que todos se lo están pasando igual de bien. Después de todo este proceso, soy más suizo que español : lo dice mi estómago.

Sienta bien ser suizo. Somos un país pequeño pero bien organizado. La crisis, por ejemplo, se queda para la gente del sur, para los españoles. ¡Ah, los españoles!. Sus operetas nacionalistas, sus recortes, sus cajas corruptas, su juventud desmoralizada, su casta política y las letras de Melendi. Me pongo el abrigo antes de salir a la calle, recordando lo que me espera ahí fuera. Me subo la cremallera muy lentamente porque, no voy a negarlo, quiero seguir siendo suizo un poco más : en la portada del Marca veo que el Madrid, además, empató ayer con el colista.

Abro la puerta y dejo que los demás salgan para demorar el momento de cruzar de nuevo la frontera y regresar a mi 0,67%. Hay un momento de duda. ¿Concederán el asilo por cuestiones gastronómicas?

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