martes, 8 de enero de 2013

El revisor y la niebla




El revisor y la niebla : Hago el recorrido por las habitaciones. A Daniel le leo “El señor Boemondo”, de Rodari. Buenas noches. Buenas noches, me responde. A Lucía, “El trenecito”, de Rodari. Buenas noches. Buenas noches, me responde. Termino en el cuarto de Bernie, el hámster, que a estas horas ya está calentando para subirse a la rueda y pasarse media noche quemando calorías.

-Hola – dice Bernie.

Normal : después de leer a Rodari, uno es capaz de escuchar a los animales domésticos hablar. Solo te sorprendes la primera vez.

-Ya se, ya sé – me adelanto – Tienes la jaula hecha una mierda.

Bernie mira a derecha y a izquierda, como si no hubiera nada más elocuente que aquello que señala con su hocico. Podrían caerme un par de años por tenerla así.

-Me he quedado sin arena – le digo a Bernie, lo que es cierto.
-Te has quedado sin arena – me responde con ese tono con el que viene a decirme : cuando la gente se queda sin algo, va a comprarlo.

Lo sé. Para hacer algo (los ojos negros de Bernie caen como plomo fundido sobre mi conciencia), le coloco un biscuit pour rongeurs del Carrefour.

-Aux fruits – le digo, para que vea que no le compro cualquier cosa.
-Met vruchten – responde algo desanimado.

Es entonces cuando tengo una buena idea. Sin decirle nada, abro el libro de Rodari que tengo en la mano y le leo el título del cuento : “El trenecito”. Bernie se acerca y coloca las patas en los barrotes, como si quisiera escuchar mejor.

Es un gran cuento en una hoja. Todos los que necesitan una trilogía para contar su historia deberían leer narraciones como ésta. Es la breve historia de este pequeño tren, con un maquinista que a veces detiene el tren en medio de los campos y trepa a los árboles para robar peras y un revisor muy especial :

“Cuando hay niebla y no se ve nada, el revisor se coloca detrás de los niños y les va diciendo lo que debería verse. Hace tanto tempo que hace ese viaje que se sabe todo el paisaje de memoria : “A la derecha” – dice – “hay un campo de maíz, a la izquierda, una niña rubia agita un pañuelo rojo. A la izquierda está el lago”

Cuando termino el cuento, Bernie coge un trozo de biscoto per roditori (se ha vuelto un italianófilo convencido, claro) y me pide que se lo lea de nuevo. 

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