El revisor y la niebla : Hago el
recorrido por las habitaciones. A Daniel le leo “El señor Boemondo”, de Rodari.
Buenas noches. Buenas noches, me responde. A Lucía, “El trenecito”, de Rodari.
Buenas noches. Buenas noches, me responde. Termino en el cuarto de Bernie, el hámster,
que a estas horas ya está calentando para subirse a la rueda y pasarse media
noche quemando calorías.
-Hola – dice Bernie.
Normal : después de leer a Rodari,
uno es capaz de escuchar a los animales domésticos hablar. Solo te sorprendes
la primera vez.
-Ya se, ya sé – me adelanto –
Tienes la jaula hecha una mierda.
Bernie mira a derecha y a izquierda,
como si no hubiera nada más elocuente que aquello que señala con su hocico.
Podrían caerme un par de años por tenerla así.
-Me he quedado sin arena – le digo
a Bernie, lo que es cierto.
-Te has quedado sin arena – me
responde con ese tono con el que viene a decirme : cuando la gente se queda sin
algo, va a comprarlo.
Lo sé. Para hacer algo (los ojos
negros de Bernie caen como plomo fundido sobre mi conciencia), le coloco un
biscuit pour rongeurs del Carrefour.
-Aux fruits – le digo, para que vea
que no le compro cualquier cosa.
-Met vruchten – responde algo
desanimado.
Es entonces cuando tengo una buena
idea. Sin decirle nada, abro el libro de Rodari que tengo en la mano y le leo
el título del cuento : “El trenecito”. Bernie se acerca y coloca las patas en
los barrotes, como si quisiera escuchar mejor.
Es un gran cuento en una hoja.
Todos los que necesitan una trilogía para contar su historia deberían leer
narraciones como ésta. Es la breve historia de este pequeño tren, con un
maquinista que a veces detiene el tren en medio de los campos y trepa a los
árboles para robar peras y un revisor muy especial :
“Cuando hay niebla y no se ve nada,
el revisor se coloca detrás de los niños y les va diciendo lo que debería
verse. Hace tanto tempo que hace ese viaje que se sabe todo el paisaje de
memoria : “A la derecha” – dice – “hay un campo de maíz, a la izquierda, una
niña rubia agita un pañuelo rojo. A la izquierda está el lago”
Cuando termino el cuento, Bernie
coge un trozo de biscoto per roditori (se ha vuelto un italianófilo convencido, claro) y me pide que se lo lea de nuevo.
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