Cena en Ispahán : Para escapar de Clan,
Disney Channel o Boing y, de paso, salir de cierta rutina culinaria, propongo
que salgamos a cenar. Para integrarte en este barrio puedes ir de compras al
Mercadona (tenemos dos), pasarte por el banco (no faltan las sucursales),
hacer castillos de arena en el parque (muy abundantes) o tomar algo en un bar
(siguen siendo la mejor opción si quieres montar un negocio). Si la oferta es
una manifestación de la demanda, es evidente que para muchos basta con esto.
Nuestra primera opción no tiene
mesas libres. Tampoco la segunda. Ni la tercera. Un imbécil o un optimista (o
un imbécil optimista) se preguntará, con tono de queja, dónde está la crisis :
seguramente sigue esperando en esos sitios de los que todos momentáneamente se
han marchado.
Acabamos en una hamburguesería con
manteles de papel y tres botes de salsas en cada mesa. Es el único sitio en el
que no nos preguntan si tenemos reserva, donde apenas tardas unos minutos en
elegir qué quieres (ensalada, hamburguesa o perrito caliente) y en el que las
camareras llevan una botas de plástico como si fuera a achicar agua en la bodega
de un barco.
Digamos que éste no era el plan. Daniel le da un buen mordisco a su perrito caliente mientras mira en la
pantalla de la pared unos dibujos en Boing. Lucía, que aprovecha cualquier
momento para aplicar las quejas que ha aprendido de Chicote, no deja de ponerle
objeciones a su quesadilla y se niega a comer. María expone lo que es evidente
: para estar así, mejor nos habríamos quedado en casa.
Cierto, en casa. ¿Pero cómo habría
descubierto el misterio de las botas? En casa, Lucía no me habría tirado los
dos vasos con coca-cola encima mojándome los pantalones y cubriendo el suelo
para que al instante, chapoteando con sus botas, una de las camareras limpie
todo con una eficiencia de movimientos que deja en el suelo un húmedo trazo de
elegancia que no tardará en evaporarse.
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