Pura magia : Estos
días, después de cenar, seguimos uno a uno los programa de Dynamo el mago. Le
vemos caminar sobe el Támesis, meter un móvil en una botella de cristal, saber
en qué persona estás pensando, bajar andando por la fachada de un periódico,
conducir un coche con un casco cubierto de cinta aislante, tocar a una persona
en la espalda y que sea su pareja la que lo note o conseguir que una púa de
guitarra se mantenga en equilibrio sobre una baqueta en vertical apoyada en una
guitarra que se sostiene horizontalmente sobre una silla por el mástil.
Pero me parecen mejores magos los que
son capaces de sorprenderte a pesar de que te sepas el truco. Éste, por
ejemplo, que comienza con Lucía pidiéndome que le quite el queso a la
hamburguesa porque se mancha los dedos. Le separo la parte de arriba y con un
cuchillo (ha tenido suerte porque he pedido ensalada y tengo cubiertos) se la
limpio. No soporta tener los dedos sucios o mojados : si por la mañana ve una
gota de agua cayendo por su vaso de zumo me la señala con un gesto silencioso
de aristócrata inglesa (la aristócrata que, estoy seguro, fue en otra vida).
Hay que tener paciencia con Lucía, pero esa paciencia tiene su recompensa. Vamos
con el truco. Cuando nos estamos vistiendo para marcharnos, se pone su abrigo y
se abrocha (algo que no suele hacer) porque sabe que afuera hace frío, mucho
frío. Sus dedos, finos, se mueven sobre el abrigo y, uno tras otro, van surgiendo,
dorados, los botones. Ya sabemos el truco : hay un ojal y, escondido, el botón.
Pero la suavidad con la que lo hace Lucía hace de ello algo distinto, como si no hubiera ni ojal ni botón debajo, solo su voluntad de que vayan apareciendo.
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