Silencio,
se recuerda : Nos terminamos una botella Magnum de “Habla del silencio” en la sobremesa
de la comida del día de Reyes que, como todos los años, cierra las Navidades. Los
niños, después de jugar con cierta urgencia (ya van percibiendo que el
verdadero problema es el tiempo), se ponen a ver “E.T.” en la televisión del
salón. El tamaño de esta Magnum hace que todo parezca más pequeño : las tazas
de café, la tarta y hasta yo mismo, volviendo a los trece años que tenía cuando
se estrenó la película. ¡1982!. Recordamos las colas que se creaban para
comprar las entradas y que eran la esencia del cine. ¡Treinta años de aquello!.
Echo de menos esas colas porque en ellas se compartía esa misma excitación con la que
los niños ayer se fueron a la cama : formábamos la mecha que necesitaba la
película para reventar la sala. Ahora todo es práctico y rápido y las únicas
colas que se ven son las de las descargas en el emule. No es de extrañar que la
mayoría de las películas parezcan de fogueo, como si nuestra disolución en lo
individual nos hubiera hecho invisibles a unos directores que ya no tratan de
ver quién la tiene más larga. Es entonces cuando los que seguimos en la mesa nos
quedamos callados, tratando de acorralar la idea que nada por el río con unas
cuantas palabras precisas que no encontramos.
Es bastante probable que no fuera así, pero recuerdo que poco después del estreno, en unos puestos que montaban en la calle la noche de Reyes, mi padre me compró una figura de E.T. Era bastante tosca, pero eso no me importó : durante mucho tiempo me conectó con todas las escenas de la película que me habían impresionado.
Es bastante probable que no fuera así, pero recuerdo que poco después del estreno, en unos puestos que montaban en la calle la noche de Reyes, mi padre me compró una figura de E.T. Era bastante tosca, pero eso no me importó : durante mucho tiempo me conectó con todas las escenas de la película que me habían impresionado.
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