domingo, 6 de enero de 2013

Silencio, se recuerda



Silencio, se recuerda : Nos terminamos una botella Magnum de “Habla del silencio” en la sobremesa de la comida del día de Reyes que, como  todos los años, cierra las Navidades. Los niños, después de jugar con cierta urgencia (ya van percibiendo que el verdadero problema es el tiempo), se ponen a ver “E.T.” en la televisión del salón. El tamaño de esta Magnum hace que todo parezca más pequeño : las tazas de café, la tarta y hasta yo mismo, volviendo a los trece años que tenía cuando se estrenó la película. ¡1982!. Recordamos las colas que se creaban para comprar las entradas y que eran la esencia del cine. ¡Treinta años de aquello!. Echo de menos esas colas porque en ellas se compartía esa misma excitación con la que los niños ayer se fueron a la cama : formábamos la mecha que necesitaba la película para reventar la sala. Ahora todo es práctico y rápido y las únicas colas que se ven son las de las descargas en el emule. No es de extrañar que la mayoría de las películas parezcan de fogueo, como si nuestra disolución en lo individual nos hubiera hecho invisibles a unos directores que ya no tratan de ver quién la tiene más larga. Es entonces cuando los que seguimos en la mesa nos quedamos callados, tratando de acorralar la idea que nada por el río con unas cuantas palabras precisas que no encontramos.

Es bastante probable que no fuera así, pero recuerdo que poco después del estreno, en unos puestos que montaban en la calle la noche de Reyes, mi padre me compró una figura de E.T. Era bastante tosca, pero eso no me importó : durante mucho tiempo me conectó con todas las escenas de la película que me habían impresionado.

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