Habitación 202 : Mi
sobrino tiene dos días. Pienso que, cuando sea adulto, dirá “nací en lo peor de
la crisis”, como los que se lanzan al mar cuando las olas son más altas. Eso es
todo lo que puedo imaginar. Creo que la capacidad de los padres para conjeturar
el futuro de sus hijos se va reduciendo generación tras generación hasta llegar
a ésta, en la que, más que un bebé, parece que sostuvieras en tus brazos una
interrogación.
El calor de la habitación, los
peluches colocados en la repisa de la ventana, los tonos suaves de las paredes,
las cestas de flores junto a las puertas o las visitas que se suceden están ahí
por los padres. Es lo único que no cambia : dentro de diez o veinte años será
igual. La necesidad de que el cuento, por lo menos, comience como lo ha hecho
siempre, con un tradicional “había una vez” que marque el punto de salida.
Dos horas después estamos viendo “Amor”
en los Verdi. Algunas parejas se marchan al poco de comenzar la película. Aquí
se cuenta el proceso de otra salida, la que uno sabe que existe, como la de
emergencia, pero que piensa que no tendrá que cruzar hasta dentro de mucho tiempo.
Aunque la historia es dura, no deja de haber luz en todas las escenas. El final
de la película, esa luz y las manoplas del bebé se mezclan en el discurso del
preparador que, mientras descansas entre asalto y asalto, te recuerda lo
fundamental.
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