sábado, 12 de enero de 2013

C, de caos




C, de caos : En el trayecto de vuelta del metro, elegimos la ce. Lucía tiene que buscar objetos o palabras escritas que empiecen por esa letra y anotarlos en su cuaderno. Hay muchos. Ha descubierto que los planos de las distintas líneas son un buen sitio para buscar, así que se levanta y en cuanto encuentra una palabra regresa a mi lado y la escribe con cuidado en su cuaderno, como si esa lenta dedicación fijara mejor las letras a la hoja.

Dice Berger en “El libro de Bento” : “A lo largo del relato nos acostumbramos a los procedimientos del narrador, a su manera de prestar atención y luego de dar sentido a lo que a primera vita parecía caótico. Adquirimos sus hábitos como narrador.

Y si la historia nos ha impresionado, haremos nuestro algo de esos hábitos, algo de su manera de prestar atención. Y entonces los utilizaremos para dar sentido al caos de la vida, en la que se ocultan multitud de historias, de relatos”  (Página 80)

A mi lado se sienta un hombre corpulento con un abrigo azul. El tipo de abrigo que hay que saber llevar. Parece disfrutar con el juego de Lucía, sonriendo cada vez que descubre una palabra en la línea doce, que ahora ofrece muchas posibilidades. Está bien la línea doce : Central, Casa, Carrascal, Conservatorio, Casar, Culebro.

-Falta un animal – le digo a Lucía.

El hombre del abrigo azul se esfuerza por encontrar también al animal. ¡Ah!, dice cuando lo ve : entre las estaciones y los nombres está la Cierva que acompaña a Juan. No deja de mirar a Lucía como si quisiera darle una pista.

-Un animal – le repito.

Al instante da con él, tan sorprendida como si lo hubiera visto al fondo del metro. Vuelve a su cuaderno con un entusiasmo que convierte el vagón en parte del Beagle. Mientras escribe, entra una pareja que se coloca delante del plano de la línea. Le digo a Lucía que busque en otra parte, pero el hombre del abrigo azul les indica con su gran mano negra que deben apartarse : su gesto es lo suficientemente elocuente como que para que ellos, sin entender muy bien por qué, se hagan a un lado, como si fuera a pasar un banquero. Pero no, es un regalo para Lucía.

Cuando nos detenemos en la estación de Santiago Bernabéu, le aconsejo a Lucía que busque. Eso es. En un cartel se muestra por dónde salir a la Castellana. Debe ser por la manera en la que pronuncio Castellana.

-¿Del Madrid? – me dice. Y sin esperar mi respuesta, como si para él fuera evidente, se queja de Sergio Ramos y de esa reacción,

-¡impropia de un profesional!

que le ha costado cinco partidos.

Es el final de un paseo por el centro de Madrid en el que no han dejado de suceder pequeñas cosas, como la duda de Lucía con un stromboli (quiero más y no quiero más) o la alegría con la que Daniel, en la librería “Tipos Infames”, me dice que ha visto un libro que le gusta. Me giro un poco tarde y le doy tiempo para que lea en voz alta “La máquina de follar”.

Lo que no dice Berger, porque tal vez es ir demasiado lejos, es si ese esfuerzo por darle sentido al caos es capaz de generar las propias historias, provocando que a mi lado se siente alguien que podría haber elegido cualquier otro sitio.

En Plaza de Castilla, el hombre del abrigo azul se despide y se marcha.

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