C, de caos : En
el trayecto de vuelta del metro, elegimos la ce. Lucía tiene que buscar objetos
o palabras escritas que empiecen por esa letra y anotarlos en su cuaderno. Hay
muchos. Ha descubierto que los planos de las distintas líneas son un buen sitio
para buscar, así que se levanta y en cuanto encuentra una palabra regresa a mi
lado y la escribe con cuidado en su cuaderno, como si esa lenta dedicación
fijara mejor las letras a la hoja.
Dice Berger en “El libro de Bento”
: “A lo largo del relato nos acostumbramos a los procedimientos del narrador, a
su manera de prestar atención y luego de dar sentido a lo que a primera vita
parecía caótico. Adquirimos sus hábitos como narrador.
Y si la historia nos ha
impresionado, haremos nuestro algo de esos hábitos, algo de su manera de prestar
atención. Y entonces los utilizaremos para dar sentido al caos de la vida, en
la que se ocultan multitud de historias, de relatos” (Página 80)
A mi lado se sienta un hombre
corpulento con un abrigo azul. El tipo de abrigo que hay que saber llevar.
Parece disfrutar con el juego de Lucía, sonriendo cada vez que descubre una
palabra en la línea doce, que ahora ofrece muchas posibilidades. Está bien la
línea doce : Central, Casa, Carrascal, Conservatorio, Casar, Culebro.
-Falta un animal – le digo a Lucía.
El hombre del abrigo azul se
esfuerza por encontrar también al animal. ¡Ah!, dice cuando lo ve : entre las
estaciones y los nombres está la Cierva que acompaña a Juan. No deja de mirar a
Lucía como si quisiera darle una pista.
-Un animal – le repito.
Al instante da con él, tan
sorprendida como si lo hubiera visto al fondo del metro. Vuelve a su cuaderno
con un entusiasmo que convierte el vagón en parte del Beagle. Mientras escribe,
entra una pareja que se coloca delante del plano de la línea. Le digo a Lucía
que busque en otra parte, pero el hombre del abrigo azul les indica con su gran
mano negra que deben apartarse : su gesto es lo suficientemente elocuente como
que para que ellos, sin entender muy bien por qué, se hagan a un lado, como si
fuera a pasar un banquero. Pero no, es un regalo para Lucía.
Cuando nos detenemos en la estación
de Santiago Bernabéu, le aconsejo a Lucía que busque. Eso es. En un cartel se
muestra por dónde salir a la Castellana. Debe ser por la manera en la que
pronuncio Castellana.
-¿Del Madrid? – me dice. Y sin
esperar mi respuesta, como si para él fuera evidente, se queja de Sergio Ramos
y de esa reacción,
-¡impropia de un profesional!
que le ha costado cinco partidos.
Es el final de un paseo por el
centro de Madrid en el que no han dejado de suceder pequeñas cosas, como la
duda de Lucía con un stromboli (quiero más y no quiero más) o la
alegría con la que Daniel, en la librería “Tipos Infames”, me dice que ha visto
un libro que le gusta. Me giro un poco tarde y le doy tiempo para que lea en
voz alta “La máquina de follar”.
Lo que no dice Berger, porque tal vez es ir demasiado lejos, es si ese esfuerzo por
darle sentido al caos es capaz de generar las propias historias, provocando que
a mi lado se siente alguien que podría haber elegido cualquier otro sitio.
En Plaza de Castilla, el hombre del abrigo azul se despide y se marcha.
En Plaza de Castilla, el hombre del abrigo azul se despide y se marcha.
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