Un guía atípycoll
: Daniel y yo nos paramos frente al cuadro de van Dyck. Le cuento lo básico :
que es, sobre todo, el retrato de un mamífero. Que sus padres lo debieron
querer mucho cuando se portaba bien. Esas cosas. Como nadie nos ve, le animo a
que lo toque, porque la pintura se ve con los dedos. Lo acariciamos. Lo notamos
recién afeitado porque en la escuela flamenca ya sabían que era más difícil
dibujar una barba y eso sólo se lo dejaban hacer a los que se ganaban el cinturón
negro con lunares. Para situar el cuadro en su contexto, le explico a Daniel
que el pintor (y su obra) vivieron en una época convulsa. Convulsa, repito.
Luego se pondría peor, pero en esa tranquila convulsión se dio un arte efímero
pero característico. Fíjate en los ojos con los párpado levantados, le digo,
mires desde donde mires, parece que los tenga abiertos. ¡Ah! ¡El arte! ¡Cómo se
me descongestiona la nariz! ¡El arte!. Daniel aprovecha mi momento de debilidad
para preguntarme si me gusta Melendi. No, zanjo. Daniel vuelve con otra
pregunta : ¿un cuarto punto suspensivo añade significado o lo quita?. La
pregunta, lo admito, me requiebra el hipotálamo un rato. Me quedo en silencio.
Como no obtiene respuesta, me pregunta si puede restaurar el cuadro. Si, le
digo, restaura que algo queda. Y hete aquí que tira de una zona y arranca una
sección amplia del cuadro.¡Ahivalahostia!, rezongo en vasco. Intento arreglarlo en plan Sinatra : a mi manera. Arranco yo otro trozo. Pero mira, le señalo a Daniel, van Dyck
hizo su obra encima de un anuncio de cruceros por el Mediterráneo. Y a buen
precio. Daniel dice que quiere embarcarse en uno para hacerse una foto con el
capitán. Le digo que no, que tiene que entenderlo, que ninguno de los dos
nacimos en años bisiestos. Por un momento temo que se me haga zurdo, pero se
rasca la cabeza con la mano buena y me susurra a pleno pulmón que no importa, que
él tiene bastante con mi cariño. Bendita bendición. Nos abrazamos y lloramos un
poco. Así. Dejo que se suene en mi manga. ¡Pero mira!, le digo, ¡podemos darnos
una vuelta en metro! Y por ahí llega, triunfal, el vagón de la línea diez al
que vamos a subirnos para que su vector de fuerza transporte a los nuestros.
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