viernes, 1 de febrero de 2013

Un guía atípycoll




Un guía atípycoll : Daniel y yo nos paramos frente al cuadro de van Dyck. Le cuento lo básico : que es, sobre todo, el retrato de un mamífero. Que sus padres lo debieron querer mucho cuando se portaba bien. Esas cosas. Como nadie nos ve, le animo a que lo toque, porque la pintura se ve con los dedos. Lo acariciamos. Lo notamos recién afeitado porque en la escuela flamenca ya sabían que era más difícil dibujar una barba y eso sólo se lo dejaban hacer a los que se ganaban el cinturón negro con lunares. Para situar el cuadro en su contexto, le explico a Daniel que el pintor (y su obra) vivieron en una época convulsa. Convulsa, repito. Luego se pondría peor, pero en esa tranquila convulsión se dio un arte efímero pero característico. Fíjate en los ojos con los párpado levantados, le digo, mires desde donde mires, parece que los tenga abiertos. ¡Ah! ¡El arte! ¡Cómo se me descongestiona la nariz! ¡El arte!. Daniel aprovecha mi momento de debilidad para preguntarme si me gusta Melendi. No, zanjo. Daniel vuelve con otra pregunta : ¿un cuarto punto suspensivo añade significado o lo quita?. La pregunta, lo admito, me requiebra el hipotálamo un rato. Me quedo en silencio. Como no obtiene respuesta, me pregunta si puede restaurar el cuadro. Si, le digo, restaura que algo queda. Y hete aquí que tira de una zona y arranca una sección amplia del cuadro.¡Ahivalahostia!, rezongo en vasco. Intento arreglarlo en plan Sinatra : a mi manera. Arranco yo otro trozo. Pero mira, le señalo a Daniel, van Dyck hizo su obra encima de un anuncio de cruceros por el Mediterráneo. Y a buen precio. Daniel dice que quiere embarcarse en uno para hacerse una foto con el capitán. Le digo que no, que tiene que entenderlo, que ninguno de los dos nacimos en años bisiestos. Por un momento temo que se me haga zurdo, pero se rasca la cabeza con la mano buena y me susurra a pleno pulmón que no importa, que él tiene bastante con mi cariño. Bendita bendición. Nos abrazamos y lloramos un poco. Así. Dejo que se suene en mi manga. ¡Pero mira!, le digo, ¡podemos darnos una vuelta en metro! Y por ahí llega, triunfal, el vagón de la línea diez al que vamos a subirnos para que su vector de fuerza transporte a los nuestros. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario