Un
resfriado de ricos : Cada vez que abro un paquete de pañuelos de papel tengo la
impresión de estrenar resfriado. Llevo el coche lleno de ellos porque me vi obligado
a comprar un lote (lote no es la palabra apropiada, lo sé, pero no voy a buscarla)
con lo que me parecía una provisión de pañuelos para todos los resfriados de mi
vida. En ese momento esa violencia por parte de la oferta a la que, como
demanda, apenas podía oponer resistencia, me sentó mal. Pero luego he acabado
haciendo las paces con esa gente de las grandes superficies : son como tu
madre, saben más que tú. Cierto. Sabían que este resfriado iba a ser más largo de lo habitual y que me vendría bien
encontrarme pañuelos en cualquier parte del coche. Con tanto pañuelo puedo
permitirme tener un resfriado de ricos y alargarlo sabiendo que todo estornudo
tendrá su capa de celulosa para recibirlo. Me gusta, sobre todo, abrir el
paquete tirando de la lengüeta azul y ver todos los pañuelos prietos, listos : el Universo, que me los ofrece como el que tiende su abrigo sobre los charcos para que no te mojes al cruzarlos.
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