miércoles, 13 de febrero de 2013

Gambas con cubiertos




Gambas con cubiertos : En los partidos de Copa de Europa, los vecinos habituales cambian. Sus localidades las ocupan extranjeros que viene a ver a su equipo y ejecutivos que salen del trabajo y se colocan una bufanda para tratar de pasar desapercibidos. Estos últimos dan primero pena y después lástima y después ya no sé porque tampoco les presto mucha atención. Los que me gustan son los extranjeros, esos que miran con envidia a los suyos, reunidos en grupo en la zona alta de la grada de enfrente, donde todo es desparpajo y alegría frente al comedimiento y la buena disposición que muestran aquí. Me basta con tener uno al lado, como esta noche, para sentirme extranjero (no en plan Camus, claro) porque la vida no deja de ser eso : la impresión de que tú estás solo mientras tu tribu, a lo lejos, se lo monta bien. En este partido contra el Manchester efecé (así lo anuncia el speaker) tengo a mi izquierda a una madre y a su hijo, al que en mitad del partido le ofrece un bocadillo envuelto en papel de plata que saca del bolso. Ese gesto que, como madre, te hace avanzar varias casillas de golpe. Se dicen cosas en inglés que, por respeto, trato de no entender, como el que mira a otro lado cuando delante de él alguien marca el pin de su tarjeta. Hay más extranjeros diseminados que se delatan porque no entienden español, porque, por lo tanto, no pueden saber qué les grita el tipo que pierde los papeles cada vez que nos ponemos de pie para ver un ataque o un saque de esquina.

-¡Sesientencoooooooño!

Me gustaría que desapareciera ese grito, y el puro del vecino, y los que se marchan cuatro minutos antes para evitarse la cola del metro, y el que grita que hay que abrir las bandas hasta cuando el equipo está calentando.

La mujer y el niño del bocadillos (ha hecho una bola con el papel de plata y se la ha dado a su madre) y el resto de los extranjeros deben saber que ese tono no esconde nada bueno, pero no van más allá de esa intuición y se ponen de pie cuando les apetece. No me cuesta nada imitarlos. El grito del tipo se repite una y otra vez, sin éxito. Me llego a pasar unos cuantos minutos de pie (es lo mejor que se puede decir de un partido) y entonces me doy cuenta de que es así como hay que ver el fútbol, que todo se empezó a torcer el día en que comenzaron a cubrir toda esta zona de asientos azules por motivos de seguridad. La seguridad, la seguridad.

De pie permanecemos durante toda la jugada del gol. Di María viene por la banda como si fuera  a subirse a un tren en marcha perseguido por cien lobos y da un gran pase para que Ronaldo se eleve todo lo que necesite : debajo de él podría pasar un autobús de dos pisos.. De Gea se olvida del balón al ver a Ronaldo ascendiendo como Dynamo frente al Cristo de Corcovado y el balón aprovecha para hacernos un poco más felices. Aquí, el truco somos todos nosotros :  sé que su salto se habría quedado en la mitad si hubiéramos estado sentados. Así hay que ver el fútbol, asumiendo el riesgo de una avalancha de vez en cuando, qué se le va a hacer. Hay que aprender de los extranjeros. Seguir el juego sentado es comerse unas gambas con cubiertos y aquí, de toda la vida, uno se ha traído bocadillos. Y a su madre, si tiene suerte.

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