Gambas con
cubiertos : En los partidos de Copa de Europa, los vecinos habituales cambian.
Sus localidades las ocupan extranjeros que viene a ver a su equipo y ejecutivos
que salen del trabajo y se colocan una bufanda para tratar de pasar
desapercibidos. Estos últimos dan primero pena y después lástima y después ya
no sé porque tampoco les presto mucha atención. Los que me gustan son los
extranjeros, esos que miran con envidia a los suyos, reunidos en grupo en la
zona alta de la grada de enfrente, donde todo es desparpajo y alegría frente al
comedimiento y la buena disposición que muestran aquí. Me basta con tener uno
al lado, como esta noche, para sentirme extranjero (no en plan Camus, claro)
porque la vida no deja de ser eso : la impresión de que tú estás solo mientras tu
tribu, a lo lejos, se lo monta bien. En este partido contra el Manchester efecé (así lo anuncia el speaker) tengo
a mi izquierda a una madre y a su hijo, al que en mitad del partido le ofrece
un bocadillo envuelto en papel de plata que saca del bolso. Ese gesto que, como
madre, te hace avanzar varias casillas de golpe. Se dicen cosas en inglés que,
por respeto, trato de no entender, como el que mira a otro lado cuando delante
de él alguien marca el pin de su tarjeta. Hay más extranjeros diseminados que
se delatan porque no entienden español, porque, por lo tanto, no pueden saber
qué les grita el tipo que pierde los papeles cada vez que nos ponemos de pie
para ver un ataque o un saque de esquina.
-¡Sesientencoooooooño!
Me gustaría que desapareciera ese
grito, y el puro del vecino, y los que se marchan cuatro minutos antes para
evitarse la cola del metro, y el que grita que hay que abrir las bandas hasta
cuando el equipo está calentando.
La mujer y el niño del bocadillos
(ha hecho una bola con el papel de plata y se la ha dado a su madre) y el resto
de los extranjeros deben saber que ese tono no esconde nada bueno, pero no van
más allá de esa intuición y se ponen de pie cuando les apetece. No me cuesta
nada imitarlos. El grito del tipo se repite una y otra vez, sin éxito. Me llego
a pasar unos cuantos minutos de pie (es lo mejor que se puede decir de un
partido) y entonces me doy cuenta de que es así como hay que ver el fútbol, que
todo se empezó a torcer el día en que comenzaron a cubrir toda esta zona de
asientos azules por motivos de seguridad. La seguridad, la seguridad.
De pie permanecemos durante toda la
jugada del gol. Di María viene por la banda como si fuera a subirse a un tren en marcha perseguido por cien lobos y da un gran
pase para que Ronaldo se eleve todo lo que necesite : debajo de él podría pasar
un autobús de dos pisos.. De Gea se olvida del balón al ver a Ronaldo ascendiendo
como Dynamo frente al Cristo de Corcovado y el balón aprovecha para hacernos un poco
más felices. Aquí, el truco somos todos nosotros : sé que su salto se habría quedado en la mitad
si hubiéramos estado sentados. Así hay que ver el fútbol, asumiendo el riesgo
de una avalancha de vez en cuando, qué se le va a hacer. Hay que aprender de
los extranjeros. Seguir el juego sentado es comerse unas gambas con cubiertos y
aquí, de toda la vida, uno se ha traído bocadillos. Y a su madre, si tiene
suerte.
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