viernes, 15 de febrero de 2013

Gravedad cero




Gravedad cero : Salimos de cenar en un Hollywood, que es un restaurante del que me gustan mucho dos cosas : las camareras, por simpáticas, y que tengan colgado de una barra , junto a la puerta del baño, como si estuviéramos en un club inglés, el Marca. En pocos sitios lucirá mejor el Marca, con ese titular de hoy sobre Xabi Alonso, al que van a reservar porque él solo se come los kilómetros que los demás se dejan en el plato y está agotado.

Las camareras, decía, son simpáticas. Hoy nos atiende Ana, una mujer bajita a la que no hemos visto otras veces y que no deja de preguntar cómo van los mellizos con su cena. Dentro de su pregunta hay una amenaza, como dentro de la camarera, lo descubriremos después, hay una madre : no sabemos si habla como camarera o como madre, pero parece que sus comentarios son efectivos, por más que, a veces, pretender que Lucía coma más deprisa, sea como empujar un tanque con el freno de mano puesto.

Como ya hay quien insista con los mellizos y sus hamburguesas y sus filetes rusos, me puedo dedicar a mi ensalada y al partido de la liga alemana que veo con la alegre distancia del que no se juega nada con el resultado. Quizás sea éste el secreto de una cena como ésta, el poder separarse un poco de lo que hay alrededor, hasta de la comida, despreocupándose del resultado.

Me dejo llevar. Que sea Ana la que decida cuándo puede llevarse los platos, cuándo preguntarles por el postre, cuándo traerles los regalos que van con el menú. Todo me parece bien a pesar de haberme comido una ensalada con una coca-cola light. Eso es lo de menos. Al terminar, le entrega un cuadro para pintar a Lucía y después de traerle una caja a Daniel, se queda pensando.

-Tú debes tener la edad de mi hijo – dice.

Y se lleva la caja y vuelve con dos guantes rojos. Un cambio con el que acierta.

Me cae bien Ana. Si pudiera, la pagaría por venirse a casa alguna noche para simplificar la cena y que fuera nuestro intermediario, como la mantequilla entre el pan y la loncha de pavo. Eso rozaría la idea que, como asalariado de mierda, tengo del lujo : una mujer que te prepara la cena. Así de simple soy.

Cuando bajamos al garaje, apenas hay coches, por lo que no nos resulta nada difícil encontrarlo. Alguien debería dedicar una beca o dos a diseccionar la naturaleza de este placer tan simple : pensar que vas a dar varias vueltas por el aparcamiento buscando tu coche y descubrir que das con él sin esfuerzo.

Los dibujos en las paredes parecen los iconos en el exterior de esa nave espacial a la que regreso después de mi viaje sin gravedad.

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