martes, 26 de febrero de 2013

El tamaño de la correa




El tamaño de la correa : Me cuentan que se han presentado del Canal Isabel II gestión a cortarnos el agua. Conforme me dan detalles por teléfono, me imagino a un tipo con la pinta del Brutus de Popeye haciendo un nudo con las cañerías para después golpearse una mano con la otra en ese gesto universal con el que se muestra la satisfacción de trabajo bien hecho. Y es que todo parece un episodio de dibujos animados que comienza con una carta que los del Canal Isabel II gestión mandan el nueve de Agosto, porque les baila un par de datos bancarios, y termina con esta visita de cortesía que pretende convencernos de que tenemos que pagar lo que el banco ha devuelto por su incompetencia. Entre un punto y el otro, la nada. Y en esa nada, la sensación de que en todas partes la correa cada vez es más corta.

Supongo que en la mudanza de Canal de Isabel II a Canal de Isabel II gestión algunas cajas con ceros y unos se les cayeron al suelo (todos hemos vivido algo así y sabemos que suele pasar, todos sabemos que a veces los informáticos no son cuidadosos) y al colocar cada uno en su sitio se cometió el error de poner un cero donde había un uno o uno donde había un cero. Y por culpa de ese tropezón informático, vaya, el banco no acepta el recibo, se manda una carta no certificada, Agosto, el verano, las cosas que pasan, Brutus que llama a la puerta y que si tenemos agua mineral en el trastero para duchar a los niños y esas cosas.

Pero pienso que no, hombre, que los que toman esas decisiones y desarrollan esos protocolos, sutiles como el que golpea un trozo de carne con un mazo para ablandarlo, no pueden ser tan incompetentes.

Entonces me doy cuenta de lo que ha pasado. Lo de la carta es una excusa para ocultar la verdadera razón. Recuerdo de golpe, con el teléfono en el oído, que hace poco mandé un cuento al concurso de relatos infantiles del Canal de Isabel II. No vi mi nombre entre los premiados y me había olvidado del asunto hasta este momento. Si los buenos reciben reconocimiento, tengo que admitir que me parecía justo que aquellos que hemos quedado entre los últimos de la lista tuviéramos que pagar por nuestra falta de talento. Es duro, pero es por nuestro bien, para que nos esforcemos más sabiendo lo que pasa. Lo otro es como colgar un post sin preocuparse del resultado. La Literatura, con mayúsculas, exige estos sacrificios.

-Así que al final le convencimos y se marchó – me cuentan.

Simulo una alegría que no siento. Ese pequeño sacrificio nos habría unido como familia y habría impulsado (un poco, algo) mi crecimiento como escritor : no hay forma de reducir mi distancia con Faulkner.

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