viernes, 27 de mayo de 2011

El diablo en el metro


1-Cambio de planes

En un vagón de la línea 1, antes de entrar en la estación de Valdeacederas, estación en curva, al salir, tengan cuidado de no meter en pie entre el coche y el andén, empiezo a leer “La voz cantante”, de Eloy Tizón. El plan hoy era comenzar “Las bailarinas muertas”, pero lo he dejado en la página veintiséis. No es por el tema ni porque esté mal escrito. Es porque ahora necesito ese estilo que me estimula como lector y, sobre todo, como escritor.

Por eso, al ver “La voz cantante” en la Casa del Libro de Callao no me lo pienso. Todavía tengo en la cabeza frases enteras de “La velocidad de los jardines”. Debería ahorrar el dinero para la visita del domingo a La Feria del Libro.

Debería.

2-Una sugerencia

“El diablo existe. Se llama Lucifer y muchos otros nombres. Es hombre y es mujer. Cambia de forma. Su aspecto es camaleónico. Vive muy cerca, aquí mismo, a la vuelta de la esquina. Viaja en metro. Actúa siempre solo. Tiene un tic nervioso en el labio superior. Lo sé porque le he visto” (Página 11)

Hay textos pegados en los vagones del metro como una forma de potenciar la lectura. Yo añadiría éste de Tizón para, además de fomentar la costumbre de leer, se animara a la gente a mirar.

3-Una mujer que hace el cubro de Kubrick

Ahora es más fácil mirar porque en estos trenes los vagones no tienen separación y la vista pueda alejarse.

A derecha : Una mujer que tiene la cara del que va a trabajar, no la del que vuelve; una chica de tacones altos y falda corta, agarrada con fuerza a un barra, que mira a derecha e izquierda como si fuéramos la prolongación de ese espejo al que le ha hecho unas cuantas preguntas antes de salir de casa; dos sudamericanas de vestidos prietos y pliegues en la cintura que hablan mirándose en el reflejo que tienen enfrente; un joven con corbata que escucha música con la cabeza apoyada en el cristal y los ojos cerrados; una chica delgada que apoya su fino y blanco brazo derecho en una maleta bastante usada en la que ella podría caber. Veo la maleta y pienso en un perro guardián.

A la izquierda : Una mujer de pelo corto y dedos largos que le enseña a su pareja cómo resolver el cubo de kubric; una madre joven que le pasa su móvil a su hija pequeña, en el carrito, para que se entretenga; una chica de mirada dura que lee “La princesa de hielo”; un hombre mayor que mira a la chica de los tacones altos y la falda corta, me mira a mí y después se pasa la mano por la barba, como si admitiera que se la tendría que haber afeitado esta mañana; una mujer mayor que se mira las manos, estira los dedos y los observa con cuidado; una mujer de unos cincuenta, descuidada, que abre una bolsa de patatas y se las va comiendo con pena.

4-Miradas

“Pienso que la biografía entera de cualquier ser humano puede resumirse en la narración de unas cuantas miradas. No muchas, con seis o siete basta” (Página 16)

5-Energía

Son dos cosas que me dan energía : el metro y, ahora, la escritura de Tizón. Se asimila lo de la energía, lo de recargar las pilas, con tumbarse en la arena y consultar el reloj para que no se pase la hora en la que se ha encargado una paella en un chiringuito de la playa. A mí me basta con ver pasar las estaciones y la gente.

A pesar de las escaleras que no funcionen, o esa pantallas con noticias que a nadie interesan, o los vagones que llegan repletos, o el calor, o de la mirada del vigilante cuando voy a meter el billete en la máquina, o el músico que, antes de llegar a la Chamartín, entra a tocar una canción de Abba al piano, o el olor ácido que sale del bar que hay en el pasillo de Plaza de Castilla, o del tiempo que hay que esperar por la noche o de lo techos bajos de Bilbao o de que el tren que espera en el cambio de línea cierre sus puertas cuando llegamos nosotros.

Es como si encontrara el tono que quiero usar para escribir. Y en eso hay una energía que me anima.

6-Barnabéu

Veo a Zidane en un cartel, anunciando el partido de veteranos del Madrid contra los del Bayern. El diablo en el vagón, conmigo, encerrado en el libro y, fuera, el reverso, de blanco. La entrada, que cuesta cinco euros, la recojo al salir del metro en un cajero de Servicaixa. Para que luego digan que no hay puntos de encuentro ; de hecho, basta con cambiar una letra para que el Bernabéu se convierta en el Barnabéu.

La mención a Zidane me parece apropiada porque “La velocidad de los jardines” lo empecé en el Bernabéu

7- Tres frases

“Elba parece ir leyendo en el cristal las páginas del paisaje” (15) “Mi corazón está lleno de esquinas con carteles desteñidos, empapelados transitorios, peines sin púas, una puerta giratoria en la que doy vueltas y más vueltas y n consigo salir a la calle” (P 31), “Siendo así que la adolescencia consiste en ese aire que no es posible explicarse” (137).

De “La velocidad de los jardines” que encuentro en las tres páginas que ahora al azar. Podrían haber sido otras. Y tras. Y otras.

8-Llueve

Mientras viajo en metro, en la superficie llueve. Mucho en muy poco tiempo, como si se regara un pequeño tiesto con una gran jarra. En un colegio, cerca de casa, el agua llega hasta las ventanillas de los coches. Los padres y los hijos salen empapados hasta casi la cintura y al llegar a casa todos tienen que cambiarse.

Tal vez por eso el demonio haya preferido viajar en metro esta tarde.

9-Estreno billete

Y parece una tontería : no atraviesas el trono de la misma forma si utilizas el último viaje de un billete (ida) a si estrenas uno nuevo (vuelta).

10-Entrada de Zidane

Imprimirla en un cajero es práctico pero la que te da la máquina no es bonita. No dan ganas de conservarla. Quizás debería haberme pasado por el Bernabéu a por ella. Supongo que para ser práctico hay que pasar estas cosas por alto. Supongo que, por eso, yo nunca seré una persona práctica.

Guardo la entrada en el libro del diablo.

Cuando le comento a Daniel que voy a ver a Zidane, se queja como si le conociera mejor que yo.

-Quería verle en carne y hueso – se lamenta.

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