Lucía, como no podía ser de otra forma, descubre pronto mi punto débil.
-Este es mi cromo favorito – me dice.
Y me enseña a Mascherano, el único que tiene del Barça. En esta colección de Panini, a los del Barça no los sacan tumbados en la hierba, supongo que porque rompería el ritmo de la colección, con los cromos de los demás equipos en posición horizontal. Daniel, a su lado, sigue comiéndose la porra a mordiscos.
-¿Por qué no la partes por la mitad y así es más cómodo? – le pregunto, pero realmente lo que le estoy diciendo es que así se va a manchar. Si hubiera alguna página en la que fuera posible apostar por esa mancha de chocolate en su polo, las apuestas en contra no dejarían de crecer a cada momento.
-No – me dice, pero realmente lo que me está contestando es que así es más divertido y que al partirla por la mitad, el desayuno de adultos se convierte en una especie de menú de niños y esta mañana él quiere ser un poco mayor..
Ya podéis dejar de apostar porque en este momento cae una gota de leche con cola-cao en su polo blanco. Ahí está. Ya me puedo relajar. La variación e intensidad del enfado por una segunda marcha es tan pequeña que no merece que siga avisándole.
Que pase ya el domingo, con Lucía y su colección de cromos, y los ciclistas que entran a llevarse los churros a casa, donde el resto de la familia seguirá durmiendo, y el grupo de cincuentones con la copa en la mano, la piel roja y el paquete de tabaco metido a presión en el bolsillo de la camisa, charlando en una mesa del fondo, y el As doblado y con manchas de grasa, y la madre atenta rompiendo el churro en trocitos para que su hija no se manche, y la pareja de ancianos que se trae una bandeja con la que podrían desayunar los invitados resacosos de una boda, y la camarera de moño prieto que coloca las cucharas en los platos vacíos sacando de ellos el mismo sonido, y el olor a aceite frito que llega de la gran sartén del fondo, y el sonido de las tijeras cortando las porras cuando las llevan hasta el mostrador sobre dos grandes palos y el hombre de la mesa de al lado que da golpecitos al sobre de azúcar, lo abre con cuidado por una esquina, vierte su contenido en el plato y moja el churro en él, con la cara del que lleva toda la semana pensando en este momento, anticipándolo, soñando con este instante en el que abre la boca, cierra los ojos y se dispone a darle el primer mordisco.
-No – me dice, encantada de darme esa respuesta.
Creo que me enseña su colección porque en ella no hay ninguno del Madrid. Son listos estos de Panini. ¿Cuántos padres o madres habrá que no dejen de gastarse un euro tras otro hasta que, por fin, aparezca un cromo de uno del Madrid?. En ese momento e gustaría ser un tipo rico y presentarme en la tienda de los periódicos y soltar un billete de cincuenta euros.
-Abra sobres hasta que reconozca una camiseta blanca. El dinero no es problema. Soy el Abramovich de los cromos.
En ese plan.
En vez de eso, cuando terminamos de desayunar y hacemos la siguiente parada en el quiosco, les doy dos euros a cada uno para que elijan lo que quieran. Lucia sigue con su selección y Daneil elige la figura de algún monstruo. Me siento al lado de ella mientras los abre, deseando que salga uno del Madrid. Hasta el de un utillero me bastaría. Cualquiera.
-Por favor – suplico mentalmente – Por favor.
Aparecen jugadores del Getafe, del Villarreal, del Sporting. Deben tener unas plantillas impresionantes estos equipos. Del Madrid no aparece ninguno en el primer sobre. Tampoco del Barça. Comienza con el segundo y mis plegarias son las mismas.
-Por favor – sigo suplicando.
Atlético de Madrid. Español, Valencia. Ya está. Ni rastro del Madrid. Ni del Barça. Cojo mi cartera y veo un billete de diez euros.
-Venga, date ese gusto – me dice el billete.
-No. – Le digo al billete - Hay que educar a los hijos para que sepan agradecer lo que tienen.
-Si no empiezas a comportarte como u tipo co dinero, siempre serás un pobretón. El Universo no trabajará para ti – me advierte el billete.
Ni una cosa ni otra. Si me gasto ese billete, lo tomarán como un derecho adquirido y el próximo domingo me pedirán los mismos cromos, como hace cualquier organismo público cuando prepara los presupuesto.
Toda esta historia para no hacerle la pregunta que evito y que me veo obligado a plantearle.
-Pero tú, Lucía, ¿de qué equipo eres?.
Daniel, que parece estar a l suyo, feliz con el monstruo que le ha tocado, advierte la tensión que hay en esta tranquila mañana de domingo. Viene corriendo hacia mí con intención de equilibrar las cosas.
-Yo sí soy del Madrid – me dice.
Aunque su intención es buena, ese sí es el martillo que golpea la estaca que en ese momento se clava en mi corazón merengue. La situación puede parecer dramática, pero me han atravesado tantas veces el corazón esta temporada que no duele. Ya ni siento ni padezco.
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