sábado, 28 de mayo de 2011

El fabuloso mundo del pádel


Hoy Lucía tiene una fiesta de cumpleaños, así que Daniel y yo vamos a la clase de pádel. Una mañana de hombres, los dos en el coche escuchando el cuento de un dragón. Es la primera vez que veo tantos coches por la zona. Los normales, aparcados junto a la acera. Los 4X4, encima de la acera.

-La próxima vez tenemos que comprarnos un 4X4 – le digo a Daniel.
-¿Qué es un 4X4? – me pregunta.

El coche de los que tienen sus propias reglas, pienso. Es otra de mis manías. Ésa y la de ponerme triste cada vez que veo a Nadal intentar sonreír en un anuncio o quédame frío, como el que ve a alguien descargando paquetes de papel higiénico de un camión, cuando Fernando Alonso explica no sé qué del coche en la salida.

Manías irracionales, sí, pero Punset ya se esfuerza cada domingo en explicarnos que lo racional es un montaje de lo irracional.

Muchos coches, montones de coches. Aparco lejos y tengo que obligar a Daniel a que me siga corriendo porque vamos tarde. Me imagino una escena de una película neorrealista italiana, no sé por qué, quizás por eso de un niño corriendo con pantalones cortos.

¿Y por qué tantos coches? Pues porque se celebra un campeonato de pádel y han levantado gradas y hay azafatas que te orientan con tu entrada y hay una chica con un micrófono que entrevista a un hombre que se ha hecho algo en el pelo para estar siempre bien peinado, y hay un señor con un jersey al cuello hablando por el móvil, y tiendas en las que puedes comprar de todo aunque ya tengas de todo para jugar al pádel y puedes asegurarte la parte de tu cuerpo que más valores, no sé si pelotas incluidas, si te acercas a hablar con dos hombres con traje y corbata que están sentados en sillas de plástico con las piernas estiradas, y un stand con muchos ejemplares de El economista, y mesas dispuestas en el falso césped para que te tomes cervezas de verdad, frescas, con espuma densa como mascarpone, y mujeres que saben qué tipo de elegancia es la apropiada para un campeonato de pádel.

Y Daniel y yo, mientras, metidos en una película neorrealista.

-Parecemos personajes de Alicia.

Saltamos ahora a la película de Tim Burton, que me parece más apropiada para un niño. Corremos y corremos porque vamos cinco minutos tarde. A un hijo hay que enseñarle que la puntualidad es importante, que sin puntualidad no llegas a nada (claro) y que, con puntualidad, la verdad es que tampoco, pero eso se lo diré cuando podamos tomarnos un Ribera.

Eso, que corremos. Y qué calor hace.

Pasamos junto a una pista en la que cuatro mujeres están jugando un partido serio de pádel. Tanta gente mirando hace que sea serio. Me fijo en una mujer que se agacha para esperar el saque. La parte más irracional de mí se pone a dar vueltas hacia atrás como un mono en una jaula. Y más cosas que podría decir si no fuéramos corriendo. Adiós jugadora que espera el saque la otra, adiós mono, adiós a todo eso.

Corremos. Daniel va delante de mí ahora. Me gusta verle correr. Me gusta mucho verle correr. La definición no oficial de niño es : pequeña versión de un ser humano a la que le gusta correr. El motivo da igual. Se me ocurre otra definición, ahora que corro, sobre la infancia : etapa de la vida de un ser humano en la que no necesariamente se corre para alcanzar algo.

En eso pienso.

También pienso, y ya estamos cerca de la pista de la clase de Daniel, en que éste es un buen sitio para imaginarse que no hay crisis. Nada de lo que puedas ver te va a hacer pensar en ella. Hasta puedes levantar la vista y, viendo el sol, preguntarte si puede existir crisis bajo un sol así. Hasta el titular de El País parece hablar de un país en el que todo está bien : “Zapatero entrega el mando a Rubalcaba”. Mira qué bien.

-Toma, el mando.
-Gracias, hombre.

¿Pero le queda mando a Zapatero que entregar? Todos vivimos en una eterna mañana de sábado entre pistas en las que la gente juega al pádel.

Por fin. Por fin llegamos a la nuestra. El profesor de Daniel todavía no ha llegado. Me siento, cansado. Y, ahora, sin coma. Me siento cansado. Daniel le pide más a la mañana.

-¿Jugamos a algo? – me pregunta.

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