Hago un descubrimiento pequeño, como todo lo contable : un cliente nos cobra los veinticinco dólares que le cuesta hacernos una transferencia. Es una situación molesta. Si se lo comentas, quedas como un usurero. Si te callas, como un imbécil. Si pretendes que no te importa, como un cobarde. No hay solución.
Para estas cosas no te preparaban en las clases de contabilidad, no. Ahí todo eran grandes cifras, empresas que vendían miles de coches por todo el mundo, haciendo que el balance creciera cada vez más, como la barriga de un hooligan inglés, de cervezas antes de un partido. Qué balances aquellos, sin dilemas de mierda como éste.
Puedo asumir que soy un cobarde y consolarme diciendo que veinticinco dólares no son nada comparados con los 78.000 millones de euros que le van a prestar a Portugal. Eso sí que es un problema, no el mío. Gracias a la perspectiva, todo cambia si te dejas engañar. Ya les gustaría a Cavaco y a los del FMI y el BCE que todo se redujera a esos 25 dólares.
-Cavaco : Que tengo un déficit de 25 dólares.
-Merkel : ¡Hala, el euro a tomar por culo! ¡Golfos!.
Lo de Merkel lo escribo yo mientras decido qué hacer. El problema es real aunque parezca literario. Creo que no voy a hacer de cobarde porque hay profesiones como la de artificiero en la que se permite un cierto grado de cobardía, que se puede llamar prevención, y otras, como la de contable, en las que la cobardía es cobardía de mierda. Un contable cobarde tiene menos presencia que el hombre invisible.
Me quedo, entonces, como usurero o imbécil. Si hubieran sido cincuenta dólares le habría mandado ya un mail y este post no existiría. Veinticinco es algo ridículo, quizás parte de un experimento :
-A ver si me llaman y descubro qué son.
Es poca cosa, sí, pero la vida está llena de estas pocas cosas. No existen las grandes hazañas, esas que cambian la Historia añadiéndole un nuevo capítulo para que, te jodes, tengas que prepararlo para el examen del martes. Sí hubo un Hiroshima, pero todo dependió de un dedo que podía o no apretar el botón. Y un Waterloo, con un emperador que se preguntó si debía poner a Emmanuel de Grouchy aquí y a Michel Ney aquí, o al revés. Y un Cartago, con un Aníbal que tuvo que decidir si se llevaba a los elefantes a llenar de boñigas el sur de Europa o se los dejaba en casa. Y una caída de Constantinopla, con un soldado que empujó una puerta para ver si estaba abierta. Y un Zidane, con un ojeador que pensó si merecía las molestias ese chaval o convenía dejarlo pasar. Y una Edith Piaf, con un empresario que tuvo que imaginarse a esa cantante callejera encima de un escenario. Y unos Beatles que tal vez no habrían llegado a nada si no hubiera dicho que sí, que bueno, que iban a aceptar lo de ir a tocar en Hamburgo. Y un Facebook que no existiría si esa novia distante que tuvo Mark Zuckerberg le hubiera invitado a montar una red social con ella. Y una Primera Guerra Mundial, con un tipo que pudo o no haber usado la pistola. Y, sin ir más lejos, este blog, que se habría quedado en el limbo de la blogosfera si en vez de sentarme frente al ordenador me hubiera tumbado delante de la televisión.
Reduciéndolo todo a lo fundamental, tú no estarías ahí si tu madre no hubiera dicho :
-Venga, vale.
(Con más o menos pasión)
Voy a tomarme un café y vuelvo.
He decidido ser usurero. Mientras me tomaba el café me he imaginado eligiendo el camino del imbécil y he visto al cliente pidiendo más y más hasta descubrirlo en mi lado de la cama con mi pijama. El camino del usurero es más sucio, pero puedes acabar, con un poco de suerte, con un puesto en el BCE o el FMI.
Y así conocer a Merkel y decirle:
-Merkel, tengo a alguien a quien quiero que conozcas.
Y llamar por teléfono a Mou (por entonces ya tendré su teléfono) y decirle:
-Mou, tengo a alguien a quien que quiero que conozcas.
Todo ello desde mi despacho, pensando qué les puedo quitar a griegos y portugueses para recuperar un dinero que les presto y que acaba en los bancos y así los que siempre ganan no pierdan y los que siempre pierden, no ganen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario