sábado, 7 de mayo de 2011

"Verano", de J. M. Coetzee


Joder con Coetzee. En la contraportada del libro, José Maria Guelbenzu no se sabe si recomienda, aconseja o implora que leas este libro. Yo, antes de leerlo, me lo compro porque sólo cuesta 8,95 (menos que un menú de diez euros con gazpacho y pollo al ajillo) y un Nobel es un Nobel.

Luego, me lo leo, y es entonces cuando me doy cuenta de que Guelbenzu pide que lo leas, no que lo compres, como si a Guelbenzu le diera igual cómo te hagas con el libro, lo que a los de Debolsillo puede que no les haga mucha gracia y le obliguen en el futuro a recomendar que, primero, lo compres. Algo debe tener el libro.

Y sí que lo tiene. Joder con Coetzee, que es el gancho que he puesto al principio para colgar ahí el resto del post. Si ves su cara en la contraportada junto al anuncio de que se trata de otra entrega de sus memorias, puedes temerte lo peor, ahora que todos estamos escribiendo las nuestras a golpe de blog. Pero ese temor se desvanece a las pocas páginas. Lees a este Coetzee y te dan ganas de dejar de escribir un blog y, sobre todo, de dejar de leer a los demás hasta haber terminado toda su obra.

Coetzee te dice : “Mira, así es como yo creo que deben hacerse las cosas”.

Y te lleva a esa época de su vida en la que vivió en Ciudad del Cabo, peleándose con todo, contra todos y contra sí mismo de una manera muy inglesa : sin que el te en la taza llegara a derramarse. Y después de dejarte ahí, en medio de afrikaneers desorientados, un padre lejano, una casa con humedades, una carrera mediocre como profesor y unas relaciones distantes con las mujeres (los adjetivos pueden cambiarse entre ellos), te recuerda que la verdad sobre alguien está en tres sitios : en lo que los demás piensan de ti, en lo que tú crees que eres y en lo que realmente eres.

Coetzee elige la primera opción, quitándose de en medio de la mejor manera : muriéndose antes de que este libro se escriba. Una especie de número literario a lo Houdini que funciona como la mejor literatura cuando cuenta cómo se vio afectada la vida de cinco personas por el hecho de que su padre y su madre una noche se quisieran mucho y él empujara su semillita dentro de ella.

"Claro que todos somos creadores de ficciones, no voy a negarlo. Pero ¿qué preferiría usted tener: una serie de informes independientes procedentes de una gama de perspectivas independientes, con las que luego podría tratar de sintetizar un todo, o la enorme y unitaria proyección que comprende su obra? Yo no sé qué preferiría" (Página 217).

Como arranque, no está nada mal. Con estas bases, muchos se habrían ahogado ya en esa taza de te, pero Coetzee sigue con una lección de cómo se escribe. Los cinco personajes que aparecen en el libro están vivos de una forma tan intensa que deja en evidencia a mucho de lo que se ha leído hasta ahora y a muchas personas con las que se trata día a día. En este libro los personajes hablan con la cabeza, con el cuerpo, con los sentimientos. No hay ese cruce de guiones que llena páginas para que llegues al final pronto y puedas presumir de haberte terminado otro libro.

“Siempre me habían interesado estos intercambios entre congéneres, cuando las palabras no tienen nada que ver con el tráfico de los pensamientos por la mente” (Página 36).

Aquí ese tráfico queda al descubierto porque el Coetzee del que hablan está muerto, lo que permite que los personajes hablen y sean sinceros. Y, con esa sinceridad, ofrecen la imagen de un Coetzee que da pena. El Coetzee escritor tira piedras sobre la tumba del Coetzee personaje, lo que ya es una lección : uno no escribe sus memorias o un blog para decir lo majo que era.

Un escribe sus memorias para contar la verdad.

La de alguien que no tenía una fuerte personalidad (pagina 231), que no era buen amante (56), que despreciaba la política (219), que era tibio (191), que no estaba a gusto con su cuerpo (178), que como profesor era competente (215), que no encajaba en su propia familia, que le veía como un delincuente (91), que carecía de un espíritu pragmático, guiado mas por sus ideales (66), que defendía el trabajo manual (112), y que se aferraba a la perspectiva de que la gente le leyera después de muerto porque le provocaba consuelo (65). Un tipo al que, como le ocurre a Adriana, la bailarina, no le dejarías que se acercara a tu hija.

A pesar de todo, la verdadera imagen de Coetzee, permanece oculta. Quedan algunas pistas, unos pocos escritos en primera persona, que apenas muestran lo que él de verdad pensaba. Pequeñas escenas redactadas por el Coetzee personaje que se cierran con la parte final del libro, esos fragmentos de las últimas diecisiete páginas sobre la relación con su padre que, por sí mismas, ya justificarían la lectura del libro y que demuestran por qué a este hombre le han dado un Nobel.

“Sobre las mesillas de noche de las demás camas de la sala hay floreros, revistas, en algunos caso fotografías enmarcadas. Sobre la mesilla, junto a la cama de su padre no hay más que un vaso de agua”.

Escribir es saber dónde colocar ese vaso de agua.

No hay comentarios:

Publicar un comentario