sábado, 14 de mayo de 2011

Un Kenneth Branagh para niños


Daniel y yo vamos a ver “Thor”, de Kenneth Branagh. Tenía mis dudas acerca de si era una película apropiada para niños hasta que vi que los de Burguer King tenían una promoción en la que regalaban figuras. Ahí desaparecieron mis dudas, que como dudas, la verdad, tampoco eran gran cosa.

Yo : Pues podemos ir a ver Thor.
Daniel : Vale.
Lucía : Prefiero quedarme con mamá ayudándola a hacer el cambio de ropa..

Un tipo con capa roja y un martillo no es suficiente reclamo para Lucía..

Yo : ¿De verdad?.
Lucía : Que sí. Hay que ver cómo son los hombres.

Esta frase se la ha traído de su grupo de amigas. Mientras cien niños persiguen unas cuantas pelotas en el patio, las niñas juegan a probarse frases adultas que se traen de casa para ver cómo les queda. Parece que tuvieran prisa por superar cada fase mientras los niños tratan de quedarse en ellas a base de darles patadas a los balones..

En los Diversia, a las 15:50, Daniel y yo coincidimos con Kenneth Branagh, Thor, Shakesperare, unas palomitas, una botella de agua, Anthony Hopkins, la revista de los cines, Rene Russo, un señor a mi derecha con la colonia que usaba mi padre y Natalie Portman. Hacemos un buen grupo.

No esperaba que el momento de presentarle a Kenneth Branagh a Daniel fuera a ser tan pronto. En ese sentido, tengo que agradecerle que se haya animado a rodar una película tan simple como ésta porque así nos hemos saltado bastantes años y puedo, por primera vez, tener la sensación de que es Daniel el que me acompaña a ver una película y no al revés. Las andanzas de Thor son lo de menos. Lo fundamental es ver en la pantalla : Directed by Kenneth Branagh y tener a mi izquierda a Daniel, atento a todo lo que pasa, con el perfil de color azul por la luz que sale de la pantalla.

Thor y su martillo, que lo tiene, que lo pierde, que lo encuentra, que se lo gana. Y, debajo de todo, un Shakespeare para niños, en un porcentaje bajo, como la leche en las natillas, pero Shakespeare al fin y al cabo. Un rey anciano, un reino que debe cambiar de manos, dos hijos que se pelean por él y por el reconocimiento del padre, la caída, la soledad y las palomitas. Y a las 15:50.

Daniel come palomitas, las tira, me da las que no se han abierto, se mueve en su asiento, y me pregunta por qué, por qué, por qué en esas zonas en las que Shakespeare queda al descubierto. Aún en su versión más reducida, Shakespeare tiene espinas. Nada que ver a esas historias estúpidas de Gormitis, Bob Esponja y su puta madre, futbolistas y pokemon que puede tragarse sin apenas masticar.

De la mano de Shakespeare, me da por pensar que este mundo también se puede dividir entre aquellos que saben que sus padres se han sentido orgullosos de ellos y los demás. Es probable que los primeros suban las escaleras de dos en dos mientras que los otros se tengan que detener para desahogarse con un psicólogo, que simplificaría mucho el tema si les dijera cómo están las cosas.

-No le dé más vueltas. Si su padre miraba a otro lado cuando se cruzaba con usted por la acera, mal arreglo tiene esto.

El hombre que está a mi derecha lleva la colonia de mi padre. Es un hombre que no se mueve en toda la película, como si sólo estuviera ahí para recordarme a mi padre y para obligarme a preguntarme en qué grupo de los dos en los que he dividido el mundo estoy yo. Aunque la pregunta me la he hecho de formas muy distintas, la respuesta siempre ha sido la misma. Esta tarde, también. Para qué engañarnos.

Así que el bueno de Kenneth ha sabido meter el suficiente Shakespeare para que la película como esos muñecos que giran con una base de plomo, lo se caiga a pesar de los golpes del martillo del guión. Daniel aguanta las os horas sin acordarse de beber o de ir al baño. Cuando la película termina, le pregunto si le ha gustado.

-Sí, mucho.

Ya llegará el momento de ver juntos “Enrique V” y “Hamlet” y “Mucho ruido y pocas nueces” y “En lo más crudo del invierno” y ”Como gustéis” y “Trabajos de amor perdidos”.

Para ir preparándole, en el coche le hablo un poco de Shakespeare.

-El más grande que ha existido – le digo..
-Yo seré mejor – me dice. Y no ha nacido en Bilbao.

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