martes, 24 de mayo de 2011

Un diccionario personal.


Me doy cuenta de que Daniel sólo me pregunta las palabras que no entiende cuando escucha un cuento. En la conversación normal parece que le bastara con imaginarse su significado o servirse del contexto para cubrir aquello que no sabe, como esas tablas que tapan los agujeros en las obras.

En los cuentos su atención es total. Es el único momento en el que parece centrado en una única cosa, algo que le cuesta un montón cuando se trata de otras tareas. Siempre hay una figura, un rotulador, un reclamo desde la televisión, un ruido desde otra parte, un bote, una goma de borrar, un hilo que sale del jersey, una conversación que le puede interesar, una pieza de un juguete o una duda urgente que no tiene nada que ver con la serie que tiene que completar y que exige una respuesta. Ya.

En ese momento.

Al escuchar una historia se calma. Toda la energía se centra en el cuento. Lo escucha, lo desmenuza y lo analiza. En el de ayer, un niño conseguía la firma de Casillas y, al llevarla al colegio, el más envidioso decía que era mentira, que no se creía que fuera de Casillas.

-Si de verdad creía que no era de Casillas, no podía estar envidioso. Temía que creer que era de verdad para tener envidia.

Así, con espíritu de notario.

Con ese mismo cuidado va estudiando cada palabra, obligándome a detenerme en aquéllas que no entiende, cerradas como mejillones en un plato. Hoy le he tenido que explicar el significado de cinco palabras : hígado, torrezno, destacar y descuento y alta mar.

Todos vamos creando un diccionario personal con las palabras que conocemos, el significado que le damos, la fecha en la que aprendimos qué querían decir, además de la persona que, directa o indirectamente, nos lo enseñó y el contexto en que todo eso se produjo. Que no lo recordemos no impide que, de alguna forma, exista. El problema es que, desgraciadamente, se trata de una obra que desaparecerá con nosotros sin que ni siquiera sepamos cómo era. Por cosas así uno debería echarse a llorar, no porque no se vuelvan a ver nunca más los rayos gamma brillar en la oscuridad y bla,bla,bla.

Así que hoy escribir tiene como fin el salvar esta página del veinticuatro de Mayo del diccionario de Daniel en la que aparecen esas cinco palabras. Las dos primeras, mientras escuchábamos un cuento de Esther de Lorenzo sobre una tarta de huevos podridos. Las segundas, en el cuento de esta noche, sobre las andanzas del capitán Memo.

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