Termino a las ocho de la mañana “Ya no pisa la tierra tu rey”. Creo que éste es un libro para leer a primera hora, sobre las siete, antes de que el día saque sus trastos de la trastienda y se asiente en la acera.
A esa hora se percibe mejor el lenguaje de Cristina, el juego continuo que hace con las palabras, organizándolas de una forma capaz de conservar la tensión frase tras frase. Te dices : ahora se tomará un respiro. Y te contestas : pues no, éste párrafo es tan bueno como el anterior.
Así se suceden las hojas en esta historia escrita en primera persona del plural. Dato que puede hacerte ganar cien mil euros en algún programa televisivo. ¿Por qué está escrita la novela en segunda persona, aparte de para hacerte millonario? Pues porque representa la voz de veintitantas monjitas que llevan tanto tiempo juntas que es imposible separar una de la otra, como suele suceder con las láminas de hojaldre.
Lo que Cristina Sánchez-Andrade cuenta es la lucha de esas monjas, que viven en un convento desde el que ven el mundo exterior por una ventanita, por pasar a la primera persona del singular. Para ello tienen que enfrentarse al lenguaje, al miedo a la abadesa que las gobierna, al amor por la abadesa que las gobierna, a la fascinación por el mundo exterior y a la tranquilidad del claustro, por citar algunos puntos y terminar así una frase que podría parecer una cadena humana para salvar a los defines.
El libro resulta sugerente porque te descubre que tú también llevas una monja de clausura dentro de ti, lo que supone toda una sorpresa en pleno siglo veintiuno, con la cuarta versión del iPhone en el mercado y la segunda del iPad (alguna vez se utilizarán las versiones de Apple como la mejor forma de medir el paso del tiempo). Tú eres una monja, y vives en un convento, y tienes una abadesa y un deseo de conocer mundo y un miedo pegado a cada deseo, como hábito al cuerpo de la monja.
Así que lee y escucha.
Y mánchate con un libro en el que no hay ideas puras y donde se remueve la tierra y se comen pelos, y se salta encima de las mesas, y se afilan cuchillos, y se alaban las manos, y se espía desde una torre, y se celebra la carne, y se come sopa con piedras y se pagan las historias con piezas de oro y se abren puertas para cerrar otras.
Todo arropando esa lucha por separarte del de al lado mientras ves que los que ya son libres se encierran en un hórreo para morir la vida. La vida, que tiene estas cosas.
A las ocho de la mañana termino el libro, con cierta pena. La pena sería total si ya me hubiera leído todos los libros de Cristina, lo que no es el caso. Este es el cuarto que termino y ya me anoto el siguiente para comprar. Me gusta mucho cómo escribe, algo parecido a lo que Jamie Oliver hace en la cocina, mezclando los ingredientes con las manos, celebrando cada detalle, disfrutando de los olores, los colores y los sabores.
Como homenaje a la cocinera del libro y a mi imagen con Jamie Oliver, debería empezar este día tomándome un buen chocolate con churros, pero no es el momento adecuado. Lucía está vistiéndose en el salón tranquilamente. Daniel todavía no se ha terminado la leche en la cocina. Y yo tengo que recoger toda la cacharerría tecnológica sin la que ahora no eres nadie.
Hay que poner un poco de orden en esta mañana : ser menos monja y más abadesa.
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