Me gustaría ser celador de un colegio y tener mi casa dentro de él. Debe haber pocas cosas más agradables que pasearse por el patio de un colegio de noche. Caminar lentamente, sin pensar en nada en especial, y después sentarte en una valla y fijarte en los objetos. Las flores. La arena del patio. Los neumáticos que utilizan para jugar. Algún rastrillo rojo medio enterrado. La puerta por la que suben al segundo piso. Los corchos flotando en la piscina. La red de la portería. Las papeleras verdes que se llenan con los envoltorios de los bocadillos y los bollos. Las ventanas de los de infantil con algunos dibujos pegados. Y tus zapatos : después de un inventario como éste suele venir bien fijarte en tus zapatos un rato.
Ser celador de un colegio y tener mi casa dentro de él. Éste sí que es un buen trabajo. Y él debe saberlo porque siempre se le ve contento por el colegio. Me saluda o se despide de mí con buen humor, como si normalmente quedáramos para ver un partido juntos y tomar algo aunque decirnos hola y adiós es lo único que hacemos
Me cambiaría por él en ese momento en el que abre la puerta y los niños entran corriendo. Algunos padres se quedan en la puerta para volver corriendo a su coche. Otros, como yo, acompañan a sus hijos hasta esa puerta por la que suben al segundo piso. A largo del día, lo sé, va a haber pocos momentos tan intensos como éste. Se mezclan los saludos, las prisas, el ruido de las mochilas por el suelo, los besos, las conversaciones entre niños que parecen retomarse en el punto justo en el que se dejaron.
Lucía me da un beso y sale corriendo. Veo cómo se mueve su coleta de un lado a otro.
Daniel me agarra de la mano. La otra la tiene en el bolsillo donde lleva una figura de Pokemon que se ha traído para jugar. La figura llevaba descabezada bastante tiempo hasta que la pegué el lunes. Daniel me repitió varias veces hacia dónde tenía que mirar. Imitaba la postura de la figura y, atento a un punto, sin moverse, me mostraba cómo debía ir la cabeza.
-Así.
A pesar de sus indicaciones, la cabeza miraba ligeramente a su derecha. Tuve que convencerle de que era mejor así.
-Es como si hubiera escuchado un ruido y se preparara para atacar – le digo.
Su silencio, primero, fue de reproche. Después, de aceptación
Nos despedimos en la puerta. Sube despacio las escaleras, dándole vueltas a algo que le preocupa. Le va a llevar tiempo aprender de qué tiene uno que preocuparse. Básicamente, de nada.
Regreso a la puerta de entrada envidiando de nuevo al celador. Acercarse hacia los coches es como caminar hacia la zona de la playa en la que la marea ha acumulado la basura. No hay más remedio que meterse dentro y empezar a nadar entre noticias, mails, presupuestos, temas urgentes, vasos de café, papeles con el menú del día, comentarios sobre la falta de Ronaldo, cálculos, nóminas, extractos de bancos, peticiones de clientes y dos o tres malas noticias.
En ningún momento haremos nada que pueda compararse al gesto del celador abriendo la puerta. Se lo diría a los que ya llevan las llaves del coche en la mano, pero a estas alturas creo que es algo que ya sabemos.
Estoy contigo... aunque mi trabajo predilecto, por un tiempo, fue el de farero... los últimos señores feudales olvidados... hasta que descubrí el de guardavías; tenía uno debajo de mi casa, todo el barrio lo conocíamos, bajando la barrera daba paso a los trenes, subiendo la barrera daba conversación a los vecinos y al llegar la noche daba por culo con su campanilla... farero, guardavías son profesiones que aún conservan un halo romántico... el de un mundo que se extingue...
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