De las patas de tres sillas de plástico salen unas sombras alargadas que caen en la piscina. Detrás tienen una farola que emite una luz blanca que, unida al suave movimiento de las hojas de los árboles, refrescan el ambiente.
Contemplar esa escena es como tener delante un reloj parado. Relaja bastante.
Además de esas tres sillas de plástico, hay otras siete alrededor de la piscina en una situación que hace fácil imaginarse qué estaban haciendo los que las ocupaban. Las tres de las largas sombras miran a la piscina, otras tres están alrededor de una pequeña mesa redonda, dos están enfrentadas, como si siguieran la conversación de los que estaban sentados en ellas, en una esquina hay otra, junto a una sombrilla tumbada y, cerrando este recorrido en el sentido de las agujas del reloj, una pegada a una tumbona que está doblada y apoyada junto a la verja. A pesar del aparente desorden, parece que todo estuviera en su sitio, a punto de retomar las conversaciones y los juegos ahí donde se dejaron cuando ya no quedó ninguna zona soleada a la que retirarse en la piscina. Tal vez si me sentara en alguna de ellas pudiera tener la intuición de saber de qué estaban hablando.
(un comentario de una revista, qué hacer con los hijos ahora que se quedan sin colegio, una gestión en un banco, la recomendación de ese apartamento en esa playa)
Se han dejado abierta una sombrilla. También hay una toalla azul.
Me gusta cómo la luz blanca que sale de las seis farolas que rodean la piscina consigue que brillen las duchas y las escalerillas de la piscina. Resulta extraño saber que la luz que hay ahora va a ser la misma durante toda la noche, que ni las sombras ni los brillos van a variar a pesar de que la tierra gire y avance por el espacio.
Para que la escena fuera completa, debería reflejarse el cuadrado amarillo de una ventana encendida en el agua de la piscina. Si no tuviera que madrugar, seguiría aquí sentado toda la noche esperando a que apareciera ese reflejo. Le dedicaría la paciencia de un pescador para algo de lo que sólo quedaría un recuerdo.
Puestos ya a jugar al "si no", si no estuviera prohibido, me sentaría en una de esas sillas de sombras largas y seguiría con el libro de Tizón ahí donde lo dejé hace cuatro horas, cuando la piscina estaba repleta de niños y Daniel y Lucía no dejaban de venir a quejarse
Lucía : Daniel no quiere jugar conmigo
Daniel : Lucía no quiere jugar conmigo.
Que era otra forma de decirme que querían que me bañara con ellos. Si finalmente acepto no es por dejar de oírles ni por conseguir el récord de gente nadando en una piscina, que debemos estar a punto de llevarnos, sino para proteger el libro de las gotas de agua. Miro la página (la 55), meto el libro en la bolsa, y me voy para la piscina.
“Me gusta contemplarme en ese breve oasis de luz en que lo que está a punto de suceder todavía no ha sucedido, parece que sobra tiempo, nada se ha roto aún, todo está intacto, y sólo estoy frente a un recién estrenado cuaderno, y en el cuaderno una frase en que Fátima sigue siendo bella a perpetuidad”
Seda salvaje – Página 55
Ese es el párrafo que leo antes de meterme en la piscina
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