domingo, 12 de junio de 2011

Descubriendo Madrid

Poco a poco vamos regresando a Madrid, descubriéndola con cierto espíritu de turistas, comentando los nuevos restaurantes que abren o anotando las recomendaciones de locales que nos hacen los amigos. Tener hijos te acerca a unas cosas y te aleja de otras. En cierto modo, teníamos a Madrid abandonada. Entendiendo Madrid con cierto espíritu purista en el que no entran ni los centros comerciales ni los cines de las afueras, únicas soluciones a veces en una ciudad no muy preparada para ir con niños.

En la nevera, por ejemplo, un recorte de El País con una guía de locales relacionados con la comida que hay que conocer. De ellos tenemos marcados con una equis los que ya hemos visitado : Oomuombo, Cacao Sampaka, Moulin Chocolat, Pomme Sucre y Mercado de San Miguel. Para recuperar el título de madrileño más o menos al día, todavía nos faltan otros tantos : Magasand, La Abeja Egipcia, Spicy Yuli, Azzait y Harina.

Aprovechamos que hace buena mañana para añadirle una equis más a la lista y, como peregrinos, acercarnos al final de nuestro particular camino madrileño. Elegimos Harina porque está junto a la Puerta de Alcalá y el Retiro, que hoy clausura la Feria del Libro.

Así que madrugamos y a las once llegamos al local, que no es mala hora para desayunar un domingo. Todas las mesas del exterior están ocupadas por gente que ya ha pagado su desayuno y se lee tranquilamente el dominical. No se debe aprovechar de la misma forma una noticia leída en una de estas mesas que en casa, rápidamente, escondiéndote de un niño de seis años que pretende que juegues con él. No me importa jugar con él, el problema es que siempre pierdo.

-Si el dragón siempre le gana a mi monstruo verde, cuando nos lo cambiemos, te tocará perder. ¿no?

No. Los poderes no están en el dragón ni en el monstruo, sino en su mano. Los dos están ahora en la mesa interior a la que nos sentamos después de esperar de pie unos cuantos minutos a que la gente se termine sus periódicos. Falsa esperanza. Todos leen meticulosamente, como buscando un error tipográfico que les permita devolverlo y recuperar su dinero. Esta gente no lee : examina el periódico.

Nos sentamos dentro y esperamos a que nos atiendan.

Esperamos.

Es bonito el local, con su decoración blanca, sus mesas blancas, sus sillas blancas.

Esperamos.

¿Será la paciencia blanca? Me pregunto. No sé si hay paciencia blanca y negra. Podría ser. Hay magia blanca y negra. Ahora mi paciencia es blanca. Como el hambre que tenemos, que es blanca porque sabe que la comida no tardará mucho.

Esperamos.

Viene un camarero y con un dedo estirado va contando las mesas, como si fuéramos niños a punto de subir a un autobús. A cada uno nos da un orden. Primero tú, después tú y más tarde tú. Hay problemas porque el orden que establece no es el real. El camarero tiene pinta de estar muy estresado. Tal vez sea su primer día aquí. También es el nuestro.

Esperamos.

Si te fijas en la barra, blanca, ves a varios camareros llenar sus bandejas y salir en todas direcciones, pero lo sorprendente es que afuera la gente sigue rastrillando con la mirada todos los artículos. Pasan lentamente se pasan las páginas mientras se toman el café con pequeños sorbos. ¿Cómo puede haber tanta agitación con ese escenario de lagartos tomando el sol encima de sus periódicos?

Esperamos.

La paciencia, lo voy descubriendo, puede ser negra. Sí. Me da tiempo a perder varias batallas con Daniel. Unas con el dragón. Otras con el monstruo verde. Le pregunto si tiene hambre. No, me dice.

Esperamos.

El camarero del dedo estirado es sustituido por una camarera, generosa en carnes y más resuelta. Nos limpia la mesa (las batallas con Daniel tenían de fondo dos teteras metálicas, lo que le daba al escenario cierto toque oriental) y nos pregunta qué queremos desayunar. Nada complicado : Cola-cao, croasán, tostadas y dos magdalenas.

Si alguna vez llego a la Academia y me dan unas tijeras, lo único que cortaré será la g de magdalena.

Esperamos.

La camarera va trayendo el desayuno en varios viajes. Joder lo que cuesta conseguir una equis más en nuestra lista de peregrinos. La leche del cola-cao está caliente pero no se quejan. Tampoco quieren una pajita. Es mentira que no tuvieran hambre : Lucía y Daniel se comen lo suyo y después quieren probar lo nuestro. Apenas hay tiempo para negarse y cuando quiero reaccionar estoy rebañando las migas : las recojo con el índice y me las llevo a la boca.

Cuando llega el momento de pagar, me acerco a la barra para poder aprovechar la mañana.

Ahí sigue la gente, atrapada en su periódico, concentrada en él. Es una buena imagen. Al lado, un quiosco repleto de periódicos y revistas, como un puesto de fruta con variedades frescas de todo el mundo. Detrás, la Puerta de Alcalá. Y en las aceras de la Plaza de la Independencia, una exposición de fotografías de niños con síndrome de Down.

Cada foto tiene el nombre del niño y una frase. Recuerdo, claro, “El libro de Julieta”, que Cristina Sánchez-Andrade ha escrito sobre su hija, también con el síndrome de Down. Ahí no todo es optimismo y alegría, como en estas fotos.

“Llega mi turno. Digo mi nombre y el de mi hija. Digo que Julieta no es ningún regalo de Dios. También digo que un regalo de Dios es un niño normal, sin problemas, Sin discapacidad” (Página 60)

Me entran ganas de releer ese libro. Vamos a la Feria del Libro y, por segundos, no consigo que Marcos Ordoñez me firme su libro. Cuando logre que Zidane me firme su camiseta, iré a por usted Sr. Ordoñez. Está avisado.

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