Lucía camina por la tienda de los chinos buscando con qué acompañar al batido de chocolate que me ha dado. Le detallo todo lo que puede elegir como si estuviéramos en una joyería y yo fuera el dueño.
-Mira, panteras rosas, tigretones, donuts normales, con chocolate, donettes de chocolate, donettes blancos, bollycao con chocolate, bollycao de chocolate relleno de chocolate, palmeras de chocolate y bucaneros.
Sí, bucaneros.
Ella lo mira todo para agradecerme el interés que me tomo, pero parece que no va a decidirse por nada de lo que hay ahí. Veo que el dueño de la tienda prepara pequeñas bolsas con un surtido de chucherías que va sacando de las cajas de plástico expuestas. Lo hace con cuidado, como si estuviera guardando peces de colores. Las bolsas se acumulan en el pequeño mostrador que atiende su hija, atenta a la pantalla de un portátil.
Toda la gente que entra sabe dónde encontrar lo que busca. Entre el hola y el adiós apenas pasa tiempo.
Lucía niega con la cabeza, como si estuviera frente a una colección de una temporada pasada. Tengo ganas de verla dentro de unos años mirando ropa, para ver si este gesto sigue siendo el mismo. Creo que lo que la frena es pensar que todo ese chocolate que viene en la bollería, a punto de deshacerse por el calor, acabará manchándole las manos.
De repente señala una caja de mikados. No me parece una merienda. De hecho, no sé qué me parecen los mikados, pero sé que o es eso o nada. También lo sabe ella.
La hija del dueño deja de teclear en el ordenador. Para sumar los artículos usa una calculadora que tiene en el mostrador. Tal vez para no mezclar el trabajo con el placer. Le doy un billete de veinte euros y ella me devuelve el cambio ordenado de mayor a menor : el billete de diez, encima el de cinco, encima la moneda de un euros y, sobre ella, la de veinte céntimos.
Le propongo a Lucía que vayamos a un parque, pero prefiere sentarse encima de un pequeño muro que hay junto al coche.
-Hace sol – le advierto.
-Tengo gorra – me dice.
Ella, sí; yo, no. Se sienta en el muro y empieza a sacar los mikados de uno en uno. Le sientan bien a sus dedos finos. Los mikados son para ver cómo se los comen los demás. Cuando el chocolate de la caja empieza a derretirse y ya no puede comérselos de uno en uno, los deja de lado y se bebe el batido de chocolate.
-Ya – me dice.
Por eso quería yo una niña. Esta merienda en versión Daniel, que ahora está en un cumpleaños, sería totalmente diferente.
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