martes, 14 de junio de 2011

Minimizar riesgos


Con una diferencia de veinte minutos, esta mañana realizo la misma gestión en sentido opuesto. A las nueve le entrego un formulario a la chica de administración del colegio para solicitar una beca de libros que ya nos denegaron en año pasado. A las nueve y veinte, una chica, con una eficiencia que compensa su seriedad, me clava una aguja en el brazo sin que lo note.

En el primer caso pretendo recuperar algo de sangre, en el segundo, la entrego.

El caso es que la secretaria, que sólo tiene que revisar el impreso, niega con la cabeza. Sabe negar lo suficientemente bien como para que me sienta ya culpable sin haber dicho nada, sin conocer cuál es mi error.

-Número de identificación del alumno. Está en la agenda de cada niño.

Y me mira. Si era buena negando con la cabeza, esta mirada merece que la plaza se ponga en pie. Puedo leer en ella, como esa sucesión de cotizaciones que recorren la parte baja de la pantalla en los canales de economía, el mensaje : “Así que vuelves a casa, coges la agenda, miras el NIA, lo anotas y vuelves mañana”

Yo la miro con una pregunta “¿Y no puedes comprobarlo tú, que un fichero así debe ser para vosotros la piedra sobre la que edificar toda la burocracia?”

Y ella sigue con la sucesión “Hay mucha gente esperando y acabo de llegar y quiero quitarme esta cola de aquí cuanto antes”

Yo sonrío y le doy las gracias. Ella sonríe y me da las de nadas. Es la burocracia en estado puro, lo que me gusta, porque en esta época adulterada es difícil encontrar elementos puros e inmutables.

Veinte minutos más tarde, le entrego una tarjeta y un impreso de análisis a otra administrativa que me atiende junto al laboratorio. No pregunta nada. Consulta la pantalla, mira la hoja y comienza a imprimir pegatinas que va colocando en distintos impresos. Parece que estuviera facturando veinte maletas. Cuando reúne toda la información, la coloca en el mostrador. Sólo le falta decirme desde qué puerta sale mi vuelo y a qué hora debo embarcar.

Le doy las gracias y ella me contesta que de nada. Aquí hay traspaso de información, lo contrario que en el caso anterior. Llevo impresos en la mano como si acabara de salir del Fitur. Busco asiento y me fijo en un código impreso. La imagen del aeropuerto es apropiada porque en varias pantallas van apareciendo las distintas llamadas junto al box en el que se hacen las pruebas.

Son muchas hojas las que me han dado para un análisis que la hematóloga había escrito en cuatro palabras. No sé, porque no me fijé en ellas, si decían análisis u obras completas. No importa, no vamos a ponernos nerviosos por estas cosas.

Me doy cuenta de que ésta es la hora en la que las madres vienen con sus hijos a hacerse los análisis. Sólo madres, lo que demuestra que en los momentos importantes nos sobra el padre. Una niña sale llorando, otro dando saltos de alegría, otro se aprieta el algodón con seriedad, y otra camina con su madre como si éste fuera el camino de todos los días al colegio. Además de madres y niños, hay bastantes mujeres embarazadas, y ancianos, y ejecutivos, y parejas que se hacen los dos el análisis y se alejan con la mano en el algodón, y una señora con un bote de plástico envuelto, y otra que consulta su móvil y un hombre que mira al suelo con las manos en los bolsillos y otro que no deja de consultar la pantalla.

Leo un par de páginas de “Telón de fondo”, de Marcos Ordóñez :

“Las obras que más me seducen son las que modifican mis prejuicios, y los personajes que más me conmueven son los protagonistas secretos: aquellos que crecen inesperadamente, “como si” se sorprendieran a sí mismos con sentimientos que no preveían, y acaban de modo distinto a como empezaron. Esa es la señal inequívoca de que relato y personajes están vivos, porque siguen las pautas de la vida : el azar, la sorpresa, las pulsiones ocultas, las sacudidas de la pasión” (Página 108)

y veo que en la pantalla sale mi número.

Una chica bajita, sudamericana, delgada, me indica que la siga hasta el box 2. Coge mis papeles, los desordena y los vuelve a ordenar. Le sienta bien la bata. Hay batas que dicen : ésta realmente no es mi vocación, pero de algo tengo que vivir. Esta bata dice : soy buena en lo que hago y te lo voy a demostrar.

-Pon en brazo que quieras.

Le presento el derecho porque veo que hay una vena que se acerca a la superficie como las carpas del retiro cuando les tiras comida. Ella sigue el ritual con seguridad. Ata la goma. Palpa con un dedo. Frota con algodón. Saca una aguja.

-Aprieta con fuerza.

Y la clava con suavidad.

-Ya puedes abrir la mano.

Veo que utiliza varios tubos para la sangre. Más que un análisis, parece que se llevara a mi sangre de excursión, llenando un autobús tras otro de glóbulos rojos deseosos de conocer mundo.

-En dos semanas vuelven de excursión – dice.

Realmente dice que dentro de dos semanas tendré los resultados.

Si esta chica me hubiera antendido en el colegio, habría buscado el NIA sin problemas. Claro que, entonces, es probable que la otra, estrenando bata, me hubiera mandado a casa con los tres tubos vacíos para que los rellenara yo mismo. Parece que la realidad a veces se organizara para minimizar riesgos.

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