Ocho niños, acompañados por sus padres y su profesora, vienen desde Valladolid a participar en un encuentro de coros infantiles en Madrid
-Son una representación – nos dicen al presentarlos – porque ahora están de exámenes y el resto ha tenido que quedarse en Valladolid.
Ocho niños que cantan en el centro sociocultural ante unas sesenta personas, sus padres incluidos. Es sábado, hace buen tiempo y la gente debe andar por las terrazas. Es una tarde de terrazas y, además, a este centro no lo conoce ni Dios, a pesar de estar pegado a una iglesia. Es la primera vez que vengo aquí
Un piano, unos micrófonos. Los niños más pequeños, sentados en el centro de este claustro. Los adultos que han encontrado sillas, esperan sentados. Los que no, como yo, buscamos una columna en la que apoyarnos.
Ocho niños que comienzan con el Akai hana y siguen con Banaha, Hallo django y Nesiponono. Los ocho niños también cantan con el coro de la academia a la que van Daniel y Lucía. To stop the train, I like the flowers, Singing all together, Cubanita, La canción de las banaas y Tutira mai, que es con la que cierran.
En total, el concierto dura una hora y media, bises incluidos.
A la salida, veo el pequeño autobús en el que han venido desde Valladolid. Analizado con cierta distancia, no parece muy lógico lo de hacer este viaje para actuar ante tan poca gente.
El hecho es que a esos ocho chicos que el tema sea lógico o no les da igual. Parecen hacerlo porque disfrutan cantando y cualquier excusa es buena para reunirse. Les viene bien que estés ahí, pero no te necesitan.
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