El propio Günter Grass afirma que su última novela, “Palabras de Grimm”, es intraducible, que hace unos nudos tan fuertes con las palabras que no hay marinero que los deshaga. Esta anécdota ha servido para que en los suplementos culturales los expertos hayan vuelto a hablar del tema de la traducción.
Yo también quiero dar mi opinión sobre el asunto aunque sepa que esta avalancha de comentarios tenga como consecuencia que cada vez tengan menor valor, como si la cantidad de verdad fuera la misma y hubiera que repartirla entre miles de blogs como éste. Sí, soy consciente de la paradoja, pero creo que esto de expresarme me viene bien : no nos acercaremos a la verdad con tanto blog, pero es probable que nos estemos ahorrando mucho dinero en psicólogos.
La verdad es que no he pensado mucho sobre el tema. Eso es cierto. Pero he andado. He andado bastante. Esta tarde, por ejemplo, bajando de la Plaza Mayor, he visto un cartel junto a un restaurante en el que se anunciaban los platos en dos idiomas. Español e inglés.
Patatas de la abuela : Scrambled eggs with potatoes
Patatas bravas : Fried potatoes with hot sauce
Morcilla de Burgos : Burgo´s black pudding.
Calamares a la andaluza : Fried squid
Callos a la Madrileña : Tripe with special sauce
Codillo de la casa : Boiled knuckle
Lacón : Shoulder of Pork with paprika and olive oil
Torrezno ibérico de la casa : Iberian´s rasher
Sepia Ali Oli : Cuttlefish with garlic sauce
Chorizo a la sidra : Pork sausage with cider
A la izquierda, lo que se come un español. A la derecha, lo que le sirven a un inglés. Como puede comprobarse, en la traducción hay platos que, literalmente, desaparecen. Sirvan de ejemplo el lacón, los torreznos o las patatas bravas.
El problema de la traducción, como se ve, no importa sólo a los que están en nómina de los suplementos culturales para preocuparse por temas como éste. Es algo que está en la calle. Aunque la receta sea la misma, la presentación no cambie y el camarero lleve barba de varios días, no es lo mismo lo que se lleva a la boca el que pide unas bravas que el que quiere fried potatoes with hot sauce.
Supongo que esto se debe a que lo primero que nos comemos de un plato es su nombre. La lengua deshace la alubia como palabra antes de coger la primera cuchara, igual que sucede con mousse o natilla, por poner tres ejemplos. Segundos antes de que probemos algo, nuestro cerebro ya le ha dado un bocado para dar o no el visto bueno. Que el caviar esté tan valorado se debe al propio sonido de la palabra. Y no debe ser una coincidencia que pagues más por una palabra larga como solomillo que por otra como bistec. De hecho, es probable que parte del éxito de Adriá tenga su justificación en la forma de denominar a sus platos, esos que, no por casualidad, se explican por el camarero antes de poder comenzarlos. De esto saben mucho los franceses.
Así que creo que el verdadero reto de un traductor no está en trabajar con el libro de Grass. Eso me da igual. De hecho, hasta que Günter Grass no se coma un pepino andaluz en alguna televisión pública, no pienso leerme su libro. El auténtico desafío para un traductor, la prueba de que puede convertirse en un puente entre las dos orillas, por muy separadas que estén, sería traducir la lista anterior para que, por fin, un inglés y un español, puedan comerse lo mismo.
Al que lo logre, le invito a una ración de bravas.
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