Es lunes y estamos cansados. El cansancio del lunes, aunque sólo fuera por un tema de acumulación, debería ser menor que el del viernes, pero no es así. El del lunes es más rotundo y pareciera que, conformen pasan los días, fuera deshaciéndose, convirtiéndose en un suave polvo, como el que levanta el viento al recorrer la playa.
Es lunes y todo parece evidente, sin oportunidad para la sorpresa, sin hueco para la mirada.
Aún así, conviene hacer el esfuerzo, aunque tenga la sensación de que esto no tiene mucho sentido, de que hay mejores maneras de emplear la energía.
La cena de los enanos está en la mesa, servida en unos platos que deberíamos tirar ya por infantiles. Spiderman y Hello Kitty. He preparado pollo empanado y han salido mucho más filetes de los que me esperaba, como si el envase tuviera algo de mágico. Un plato con huevo, otro con pan rallado y uno más grande para los filetes empanados listos para freírse. Me gusta ver este plato con todos los filetes dispuestos. También me gusta el sonido del aceite al caer de la garrafa en la sartén y el olor que llena la cocina cuando se va calentando. En la televisión pasan un video de Keane, otro de Travis y otro de Coldplay. Bronce, plata y oro. Supongo que para los dos primeros las cosas habrían sido distintas de no haber aparecido Coldplay. Frio los filetes de tres en tres y al sacarlos los cubro con papel de cocina para que absorba el aceite, como si fuera una parte más de la receta. Me gusta ver la parte tostada en el borde de cada filete. Llamo a los enanos y les digo que pueden ver Bob Esponja sólo si el capítulo es nuevo. Es nuevo, me dice Daniel y le pregunto a Lucía para confirmarlo. Lucía asiente. Les parto los filetes con tijera porque las veo en la encimera y puedo terminar antes. No es algo de lo que estar orgulloso, pero es rápido. El episodio de Bob Esponja es repugnante : un monstruo radioactivo que suelta babas y un olor desagradable se hace amigo de Patricio. Algo falla si esto es lo que puede ofrecer una televisión pública a los niños. Daniel coge el bote de kétchup y cubre todos los trozos. Daniel es como esos edificios que cambian según les va dando el sol. Esta mañana estaba tan preocupado por si no recordaba el camino a su nueva clase que parecía a punto de llorar. Ahora está feliz, riéndose, pinchando los trozos de pollo de dos en dos. Me cuesta creer que sea el mismo niño. Lucía, por el contrario, no cambia. Se podría decir que ella es el sol. Juega con los trozos, golpeándoles suavemente con el tenedor como si fueran insectos y quisiera saber si están vivos o no. En la balda de arriba está el paquete de cereales con el disco de animales acuáticos de regalo que nos faltaba. Ha sido la sorpresa del día, que me esperaba en la tienda a la que he entrado para comprar el postre de los enanos. De repente una parte de mi cerebro se ha activado y me ha recordado que tenía como tarea pendiente encontrar esos cereales. El plan de marketing de la marca de cereales funciona perfectamente porque al pasar por la sección me agacho y voy apartando las diferentes cajas, como hago cuando busco la copia perfecta del libro que me voy a llevar a casa. Al principio temo que la nueva promoción, una de cromos, haya desplazado a la de los cedés, pero al quitar dos cajas me encuentro justo con la que busco : un disco con la figura de un delfín. Al volver al coche, donde me espera mi madre con los enanos, los tres observan la caja. Los enanos, sin que les diga nada, saben de qué se trata. Mi madre me da la llave del coche, que le he dejado aunque ella no sabe conducir. Me siento con ellos en la mesa de la cocina y me sirvo lo que queda de una botella de Finca Antigua. Si fuera un poco más exigente, debería tirarlo al fregadero porque ya hace bastante tiempo que la botella está abierta, pero no tengo ganas de serlo. Los trozos grandes de pollo los como con cubiertos, los finos o pequeños, con las manos. Se me ocurren muchas cosas que decir de Bob Esponja, pero prefiero quedarme callado, ser también menos exigente con los dibujos esta noche. Llega entonces María del trabajo y parece relajarse al ver que los enanos ya están cenando. Daniel le deja un beso de kétchup en la mejilla. Lucía sigue jugando con los bichos de su plato. Se sienta en su silla y se queda mirando el plato con el pollo.
-He tenido un día horrible – me dice - Horrible.
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