No hace falta mirar el calendario. Hoy es el último día de piscina, así que, oficialmente, para mí se acaba el verano. No sé para qué quiero unos cuantos días más de propina si ya no me puedo bañar en la piscina. Quizás, lo admito, no fuera a bañarme más, pero hay una gran diferencia entre no bañarte y poder hacerlo y no bañarte porque no puedes hacerlo.
Así que aquí, desde esta misma frase, ya es otoño. Oficialmente y con todas sus consecuencias.
Antes de que llegue el otoño, no obstante, voy a contar cómo ha sido nuestro último baño. ¿Le importa al mundo cómo ha sido nuestro último baño? No. ¡Qué coño va a importarle! Pero el mundo anda mirando a Grecia, a Libia, a Japón, a Bruselas, a Lisboa. Hay tantos sitios en los que fijarse que el que haya llegado a este párrafo seguramente querrá, seguramente deseará, seguramente necesitará que alguien le cuente algo tan intrascendente como esto.
Porque intrascendente va a ser.
No puedo hacer milagros con Daniel, una ballena gris y una lancha de Playmobil con un tipo que la conduce con unas manos que parecen de pato, no de persona, que no tienen dedos las manos de los de Playmobil.
Total, que con esos elementos nos montamos en la piscina Moby Dick. Así, a lo grande. Clásicos infantiles en la piscina. Instruir divirtiendo, como dice el padre de los del programa “Melodías pizarras”. Con un par y apostando por lo bueno, a ver si evito que de mayor lea cosas como “Los hombres que no querían a las mujeres…” y se crea que tiene literatura.
Jajajajajaja. Por encima de Melville, Simenon, Berger, Bernhard, Ortega, Woolf, Coetzee, Banville…anda que no vamos a hacer una buena muralla para que no se acerquen los pelagatos.
Es cierto, eso sí, que nuestra adaptación es un tanto, un poco, algo alejada de la realidad. La ballena es gris y Acab tiene las dos piernas y estamos en una piscina y nadamos de un lado para otro y la ballena echa agua encima de Acab y se come a Acab y vomita a Acab y la ballena salta por encima del agua y Acab parece desorientado y Acab apenas tiene tiempo de sentarse en la popa de su barco a fumarse una pipa porque no fuman estos de Playmobil.
Lo único que se mantiene fiel a la novela es que, al final, Moby Dick gana. En fin, que alguna de las funciones de Propp, el bueno de Vladimir Propp, habremos desarrollado a nuestra manera, lo que no está nada mal.
El agua está tan fría que me empiezan a doler las piernas.
Apenas acabo de salir cuando María baja con Lucía para que se bañe conmigo. Muy bien. No hay dolor. Afortunadamente, Lucía viene a lo que viene. Hacemos unos pocos largos y al rato se sale para secarse con mi toalla. Creo que ésta es la parte que más le gusta, cuando me ve a su lado apenas cubierto con la suya.
Nos quedamos los tres sentados en este falso césped. Las nubes empiezan a cubrir ya el sol, al que, de todas maneras, sólo le quedaban unos veinte minutos más.
Tengo frío pero no les meto prisa para subir. Me fijo en la ballena, en la barca, en las gafas de bucera, en sus chanclas, en sus toallas y en ellos.
Y ya está.
Ya podéis volver a Grecia, a Libia, a Japón, a Bruselas, a Lisboa. Este año el mundo va a girar muy deprisa en el sentido contrario. Tal vez nos saltemos el otoño y nos instalemos directamente en el invierno.
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