Hay algo que rompe nuestra rutina a las ocho menos cuarto.
Hasta que ese algo aparece, la mañana es la misma. Dos zumos de naranja en la mesa. Una taza de Disney con leche. Una taza de Spiderman con leche. Una cuchara. Un bote de Cola-cao. La ropa de los enanos en la mesa del salón. Sus zapatos en el cuarto de baño. Las mochilas. El cepillo del pelo. La colonia.
Entonces, justo cuando los enanos van por el pasillo camino del cuarto de baño, María me llama.
-¡Corre!
Y corro y me fijo en la zona que señala con su dedo índice. Ahí, pequeña y algo nerviosa, una araña avanza deprisa, como si supiera que ha elegido mal momento para aparecer.
-¡Mátala!
Voy a matarla pero dudo. Dudo porque me acuerdo de un párrafo de Juan Carlos Suñén en su post “Cuatro renglones”
“Las arañas empiezan a entrar en casa y eso significa el final del calor y vaticina un otoño felizmente previsible. Aquí lo del cambio estacional no es pura formalidad: poco a poco, pero rápidamente, el invierno cierra las puertas y agita las contraventanas y no es raro que pasemos sin vernos unos a otros unos cuantos meses; así que la frontera del frío justifica, si no un examen de conciencia, no un exhaustivo recuento, sí un mínimo recordatorio que impulse al ánimo hasta el tramo siguiente, un adiós al verano más formal del que recibe en latitudes más cálidas, donde es el calendario laboral quien dicta su finiquito.”
Hay momentos en los que sé lo que quiero contar pero no recuerdo cómo se hace. Para acabar con ese bloqueo visito varios blogs, entre los que está el de Suñén, de lectura obligatoria. Los leo, los disfruto, y me vuelvo al mío con los músculos ya listos y los dedos ágiles. Hay pocas cosas que disfrute más que ese momento en el que la idea ya ha encontrado el tono en el que expresarse. Lo que llaman fluir. Sólo por alcanzar ese punto merece la pena esforzarse en escribir.
Así que ahí está la araña, temiendo que llegue la zapatilla que acabe con ella y yo, en busca de esa zapatilla, me dedico a pensar que nosotros, aunque no vivamos en Magaz de Abajo, también una araña que ha entrado en casa. Quizás en otoño lo hagan en todas las casas sin que lo sepamos.
Para eso están los poetas, para fijarse en esos detalles.
Voy despacio al dormitorio porque no sé si quiero matar a esa embajadora del otoño. Es pequeña y está asustada. Hago como que busco las zapatillas sin mucho interés. Una desgana ecológica. Le doy tiempo a la araña para que corra y se esconda. Hay muchos stios en los que hacerlo.
-¡Ya está!
Me asomo al pasillo y veo a Daniel con el pierna derecha adelantada. Debajo de su chancla está la araña. El amante de los animales no ha tenido ninguna duda.
-Para que no nos eche su veneno – me dice.
Sólo espero que el otoño no se vengue de nosotros.
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